No sé si me resulta más seductor ser apátrida o pluripátrida, habría que precisar los matices, pero lo que en ningún caso soy es patriota. No me entra en la cabeza que una persona aproximadamente inteligente enarbole una bandera, haga suyos los eslóganes más primarios, se avenga a nutrir los rebaños más obtusos. Es inevitable pensar en carencias; en que es eso, carencias, lo que tienen, y que ante los agujeros que éstas les abren no ven otra que el refugio en el grueso de la grey y la entrega a un trapo en un palo al que rendirse de amor y profesarle fidelidad ciega, tras la previa alquimia de haber dotado a dicho trapo de las esencias miríficas requeridas.
Tanto da si los que se congregan lo hacen en torno a ese banderón descomunal y obsceno que ondea en la plaza de Colón de Madrid, o debajo de cualquier estelada en cualquier rincón de Cataluña. Una bandera es una bandera, y los que pastan debajo, cuanto menos gente con carencias importantes, como digo.
Yo tenía, y acaso todavía tenga, siquiera inevitablemente menguada, la esperanzada idea de que los que no somos ni muy buenos ni muy sabios, no completamente mansos pero tampoco demasiado sanguíneos, los que más somos, los que no integramos otro colectivo que el amplísimo de los que no tienen colectivo, los sin-carnet, los sin-credo teníamos un lugar en el mundo. Pero empiezo a ver que no es así. Aquí parece que hay que significarse. Salir de la tibieza. Mover el culo. Ponerse debajo de una bandera. Y la verdad, ante tamaña alternativa, me quedo con mi quizá poco edificante, malamente defendible, nada épica condición de ser carne de cañón, saco terrero expuesto a los embates de todos los abanderados.
Miro la prensa desde hace tanto – sí, esos papeles tendenciosos que lo mismo paga el oro de Moscú que las alimañas que se juntan en Davos – sintiéndome tan desubicado, tan desguarnecido. Hasta tan falto de argumentos, porque pensaba que los tenía todos, pero ya no me queda ninguno: la general tontuna infantil, pedestre y peligrosa ha acabado por imponer su sucia contundencia de martillo pilón sobre mi buena intención de pichafría que quería entender algo, contemporizar sin calentones. Ya no se puede contemporizar, o eres tirio o eres troyano, o eres un españolote o un catalanazo, o ves la vida desde debajo de una montera o lo haces desde debajo de una barretina. De un lado la fiera jauría acaudillada por Rajoy en defensa de esta unidad de destino en lo universal de la que ingenuamente nos creímos ya exonerados, y del otro una tropa de bailadores de sardana que precisamente aspiran a crear en su terrenito su particular unidad de destino en lo universal. Y a mí unidad, destino y universal son palabras que me merecen mejor trato.
Palabras mejor tratadas, mejor preservadas de vaivenes interesados. En este conflicto más que absurdo directamente idiota han salido damnificadas un montón de palabras grandes. Democracia, Libertad, Pueblo, Legalidad, Política… palabras que han sido concienzudamente despojadas de sentido, vaciadas de contenido, y luego aguzadas para ir a clavárselas en el ojo al contrincante. El lenguaje nunca es inocente, pero si se usa con limpieza provee de los necesarios instrumentos de defensa, no sólo de ataque. Si se vacía de contenido, entonces es una cáscara hueca que cualquier malintencionado puede rellenar a conveniencia. A quién le importa hoy la verdad.
Si difícil es decidir si quieres más a papá o a mamá, aquí lo que cuesta es decidir entre el cabestro Rajoy y ese jabalí de La Garrotxa en el que parece haberse encarnado Puigdemont. Te la va a meter uno o te la va a meter el otro, pero te la van a meter, vaya si te la van a meter. (A la hora en que estoy escribiendo esto, Uno de Octubre, ya nos la han metido.)
Sólo cabe atisbar una brizna de esperanza a la que abrazarse todavía, un posible camino ajeno a las glorias y las soflamas, sin esas elevadas grandezas que pretendidamente han venido jalonando el itinerario de los dos becerros que nos ocupan y de sus respectivas becerradas: algo tan vulgar como el dinero. Al cabo, quién sabe si al final no será ésta la cuestión, algo del todo esperable en este mundo de mercadeo. Los unos y los otros – bien, los que están encima de los unos y los otros y los azuzan, esa casta de políticos pequeños y aviesos, incapaces, no se trataría ya de la gente que se deja manejar por ellos, posiblemente único pecado de estos últimos, posiblemente única virtud de aquellos, esa habilidad para el caudillaje más abyecto – acaso entienden perfectamente que esta es una cuestión de pasta, y en el tensionamiento llevado hasta el límite de la ruptura lo que se dirime es la puta pela, sin más, sin otra, algo tan previsible y tan vulgar. Si así fuese habría sin duda esperanza, habría salida. Se paga, se cobra, y, como en la canción aquella de Patxi Andión, “usted salva su ego y nosotros, ya ve, nos pagamos la cena con el ego de usted”. A Cataluña se le ajusta la balanza fiscal, España sigue siendo Una, Grande y Libre, y aquí nos dejamos ya de robos, de afrentas, de insubordinaciones, de ferrys cargados de tricornios y de soflamas largadas desde palco. Cada mochuelo en su olivo y a lo suyo, sean sus corridas de toros o sus calçotades y sus castellers.
Es una opción, sí. Claro que para ello la primera, imprescindible condición sería que cabestros y jabalíes hicieran un poco de introspección, se aplicaran una mínima autocrítica y, de resultas de esto, les sobreviniera un rapto de sinceridad y lucidez que los pusiera desnudos ante la evidencia de que sólo se trataba de repartir mejor la pasta. Porque si no es la pasta, si de verdad lo que ha emponzoñado hasta extremo tan indeseable la convivencia son las profundas heridas supuestamente infligidas a la sagrada identidad, la sagrada lengua, la sagrada tradición y todo ese cúmulo de sacralidades que cuando se desnaturalizan, se institucionalizan y se blanden se convierten en un montón de basura obsoleta, entonces sí que estamos bien jodidos.
Lo siento profundamente, Gustavo, no puedo acabar de leer tu escrito. Y como yo soy uno de tantos que enarbolan banderas y causas y corean consignas cargadas de dignidad, creo, y de razón, conjeturo, me da tristeza afirmar lo siguiente: parece mentira que un hombre inteligente y sensible –que por tal te tengo– todavía no haya entendido nada. Si fuera una cuestión de trapos, qué facil. Fuster: «Mireu els abanderats abans que les banderes». Qué bonito pretender la equidistancia, qué injusto meternos en el mismo saco, tirios, troyanos, cabestros, jabalís, víctimas y verdugos. Muy triste. Mejor lo debatimos con unas largas libaciones.
Así estamos ….
Si no me gusta lo que dices, pues no te leo pero te contesto. Empieza bien el comentario de Manel.
Pues a mi me ha gustado mucho y no solo porque coincido totalmente contigo (que aunque me cuesta leerte, he llegado hasta el final)
Oye, libaciones aparte, ¿el jabalí no era otro?
No, Gustavo, el que sembla que està `más solo que la una´ és un servidor, a qui no acaben d’eixir-li per totes les pàgines d’aquest diari púgils dialèctics. Per la teua banda, don’t worry, encara que no crec que formes part d’eixa massa indefinida que no pertany als `cabestros´ ni als `jabalíes´(de la Mariola o de la Garrotxa) i que en alegre algaravia crida `a por ellos´com si els seus heroics policies anassen a matar negres i no a apallissar persones pacífiques, o insulta Piqué perquè ha de ser espanyol per collons. És la majoria silenciosa que es nodreix d’Antena 3 i tota la gasofa i penja banderetes en massa a les balconades contra Catalunya. Encara no us heu adonat que el procés d’independència no va d’identitats sinó d’autodeterminació, democràcia i dignitat? Encara no heu llegit que la revolució no es fa contra ningú sinó a favor d’un país inclusiu, obert, modern i més just? Segurament això és inconcebible en una societat com l’espanyola, que no ha practicat mai la democràcia directa i participativa, la mateixa que ha mogut i mou milions de persones a Catalunya. «Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible»? La gran aportació del fatxa de Guerra. Doncs sí que pot ser i Catalunya ho està demostrant a Espanya i al món. Diners? És clar, també. Perquè arriba un moment que els qui ineviablement paguem i no rebem (el maltractament fiscal no és qüestió d’opinions, ho reconeix fins el Banc d’Espanya), ens n’afartem. Perquè eixos diners que ens furten serveixen, saps? per fer escoles i centres de salut, trens de rodalies i investigació. De la massa aculturitzada i adoctrinada, no, però de tu sempre he esperat una mirada neta i informada (ara.cat, Vilaweb, Nacional.cat, Tv3). Bon dia tingues.