Dicen los científicos que fenómenos propios del cambio climático, como la última DANA vivida en Valencia, obligan a revisar todo lo que sabemos sobre emergencias, obras públicas y planeamiento urbanístico. A esta verdad incontestable habría que añadirle una segunda afirmación que también deberíamos tener en cuenta: los niveles de incompetencia y de falta de humanidad mostrados por el presidente de la Generalitat Valenciana y por el resto de su equipo de gobierno obligan a revisar en profundidad los criterios de acceso a los puestos de alta responsabilidad política. El día 29 de octubre de 2024 los valencianos nos levantamos de la cama creyendo que teníamos un gobierno autonómico normal y al final de la jornada, nos fuimos a dormir con el convencimiento de que estábamos en manos de una versión política de la pandilla basura; un grupo de dirigentes ineptos y ventajistas, incapaces de enfrentarse a un problema grave y que dedican más tiempo y esfuerzo a elaborar excusas que a ayudar a las gentes que han visto sus vidas y sus haciendas arrasadas por el agua.
Ellos, empezando por Carlos Mazón, no habían venido a esto. Para la alegre muchachada del PP valenciano, gestionar la Generalitat era un trabajo agradable y bien pagado. Bastaba con un poco de anticatalanismo por aquí, un presidente simpaticón y dicharachero por allá, tirarle las culpas de todas la cagadas propias a Pedro Sánchez, hacerles la rosca más servil a todas las organizaciones patronales que aparezcan en el listín telefónico, privatizar la sanidad pública, jugar la batalla cultural gastándose un pico en festejos taurinos, erigirse en paladines de la educación concertada, engrasar los medios nacionales con publicidad institucional para tener un buen cartel en Madrid y buscarse de vez en cuando alguna afrenta exterior para levantar la bandera de la defensa de la patria.
Ellos no habían venido a esto. Ningún miembro de esta desahogada cofradía había pensado que en algún momento el gobierno autonómico tendría que encarar una situación de crisis, que le obligaría a tomar decisiones rápidas y arriesgadas de las que podían depender vidas humanas. Para estos chicos listos, la política era un mundo divertido en el que siempre se le pueden echar las culpas al enemigo; un paraíso para egos engordados, en el que uno se pasa la vida presidiendo romerías y recibiendo aclamaciones de públicos de amigotes perfectamente coreografiados.
Un presidente desaparecido en el momento en el que la Comunitat Valenciana sufre la peor catástrofe de su historia moderna, una consellera encargada de las Emergencias balbuceando excusas y mostrando su sangrante desconocimiento de sus competencias, una consellera de Turismo enrabietada riñendo a los familiares de las víctimas mortales de la riada, un secretario autonómico de Emergencias que reconoce haberse incorporado a su puesto con 24 horas de retraso y el resto de consellers (inlcuidos los de Sanidad y Educación) totalmente ausentes en los primeros días de la crisis, no se sabe si por voluntad propia o por decisión de la superioridad. Analizando todas estas actuaciones delirantes, es inevitable hacerse una pregunta: ¿de dónde demonios ha sacado el PP valenciano a esta gente?.
Responder a este interrogante no es un ejercicio fácil. Pero uno sospecha que los nombramientos de todos estos personajes vienen motivados por una mezcla de amiguismos, compensaciones por servicios prestados, cuotas políticas del partido y cumplimiento de compromisos ineludibles con entidades o colectivos que se han distinguido por su adhesión inquebrantable a la causa. A la vista de cómo han actuado en estos últimos días todos estos dirigentes políticos, una cosa sí está absolutamente clara: ninguno de ellos ha sido elegido por su preparación o por su capacidad para la gestión pública.
El triste papelón del Consell ante el desastre de Valencia nos ha puesto ante la dolorosa confirmación de algo que ya veníamos sospechando desde hace tiempo: la política se está convirtiendo en un universo endogámico absolutamente alejado de la calle, en el que un grupo de privilegiados juega su particular partida sin tener en cuenta los intereses y las necesidades del ciudadano de a pie. En el peor de los escenarios posibles, el gobierno de Mazón se ha limitado a elevar hasta la caricatura este repugnante modelo.
Nunca una administración pública valenciana estuvo tan lejos de su gente. La imagen de miles de voluntarios autorganizándose para dar alguna ayuda a los damnificados por la dana nos confirma, una vez más, que la Comunitat Valenciana es un territorio singular en el que en los momentos difíciles, la ciudadanía echa mano de su legendaria capacidad de supervivencia y muestra al mundo una altura cívica que contrasta dramáticamente con la miseria moral de sus gobernantes.
Que aspereu de estos VIVIDORS de la POLITICA que per a estar en el seua MINISTERI o la seua CONSELLERIA es tenen que rodexar de un monto de asesors pues ningu te ni puta idea de lo que ia que Fer, cuant seria de lógica que si uno es Mestre que estagera en EDUCASIO,Metge en SANITAT y axi tots els carregs y sobrarien asesors y xuplatintes
INCOMPETENTS.
Si no saps, no et fiques.
Qué gran artículo, de principio a fin
El otro día debatía con un amigo por qué para entrar en la función pública hay que superar tantas y difíciles pruebas de capacitación; y, sin embargo, para ser político autonómico del PP (conseller o cargo subordinado) solo es necesario , aparte de ser un tarugo, ser un maestro en la sonrisa servil, el compadreo infame y el abrazafarolismo más hipócrita.
Todo lo dicho sobre el inepto valenciano apliquese integro sobre Sanchez «el cobarde»