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Punto de vista
Diálogos repugnantes: fachas de autobús
Acabas de tener un encuentro con una de las especies de moda en el actual catálogo de la fauna política española: el ciudadano de clase trabajadora que vota a Vox
Javier Llopis - 20/06/2022
Diálogos repugnantes: fachas de autobús

Los dos amigos cincuentones se suben en el autobús urbano en una parada de la Zona Norte. En algún momento de sus vidas, debieron de formar parte de la orgullosa clase obrera alcoyana. Ahora, son socios involuntarios de un multitudinario club formado por millones de personas de todo el mundo atropelladas por todas las crisis económicas y situadas en esa difusa frontera que políticos y periodistas definen como el umbral de la pobreza. Visten ropa pasada de temporada y prendas de mercadillo, hablan a voz en grito y se les adivina el deseo narcisista de que la gente los escuche. En unos pocos minutos van desgranando todo un infame catecismo de xenofobia y racismo: “los emigrantes nos quitan el trabajo, se llevan todas las ayudas sociales y reciben un tratamiento vip de todas las administraciones, que no dudan en marginar a los españoles de verdad”. El debate crece en volumen y en violencia verbal y se presenta perfectamente aliñado con ejemplos caricaturescos de moros y negros que perpetran todo tipo de tropelías desde la más absoluta impunidad. Los otros pasajeros empiezan a escandalizarse y por encima de las mascarillas se puede contemplar un paisaje de ojos incrédulos abiertos como platos. El autobús llega a la calle Santo Tomás y los dos protagonistas de esta historia coronan su diatriba con una frase que duele en los oídos y en el alma: “!habría que coger armas y echarlos a todos¡”. El autor de la salvajada recibe la aprobación de su compañero y los dos fulanos cambian radicalmente de tema de conversación y se dedican a poner a parir al conductor del autobús.

Una vez superado el impacto de esas palabras brutales, decides tomarte el asunto como una experiencia sociológica. De repente, te das cuenta de que acabas de tener un encuentro con una de las especies de moda en el actual catálogo de la fauna política española: el ciudadano de clase trabajadora que vota a Vox. Se han escrito miles de artículos periodísticos y de ensayos sobre este extraño personaje: un tipo al borde de la miseria, que no duda en apoyar electoralmente a un partido de ultraderecha, formado por una panda de arribistas de aluvión, que no dudaría ni un segundo en cargarse el sistema de sanidad pública, la red de servicios sociales y en fin, cualquier cosa que se parezca al Estado del Bienestar.

Colocado ante esta paradoja política, es inevitable reflexionar sobre una cuestión: ¿cómo han llegado estas personas a la conclusión de que una formación de extrema derecha -que no muestra ni el más mínimo interés por la defensa de los sectores más débiles de la sociedad- va a traer la solución a todos sus problemas?. La respuesta a este interrogante es complicada y para encontrarla hay que recorrer los amargos caminos de la desesperación y de la falta de esperanzas. Asfixiados en un mundo incomprensible, en el que no tienen ningún papel, optan por un partido que les da respuestas sencillas a sus dudas y que les proporciona culpables sobre los que volcar sus frustraciones. La letal monserga demagógica de siempre trasladada al Siglo XXI; el viejo veneno ideológico de los populismos y del fascismo sigue mostrando su efectividad en los tiempos de internet y de las nuevas tecnologías.

Si uno decide profundizar en este análisis político acaba metiéndose en terrenos pantanosos. Llega otra pregunta de difícil respuesta: ¿habría podido hacer algo más la izquierda por atraerse a unas personas, que por su perfil social y económico deberían formar parte de su electorado natural?. La postura del progresismo oficial ante este fenómeno político es bastante decepcionante y se limita a despreciar y a insultar a este sector de la ciudadanía, cuestionando su capacidad intelectual y dándolo por perdido para la causa del bien. Vox se ha convertido en la tercera fuerza política de España, superando ampliamente a experiencias ilusionantes como la de Podemos, y no se ha escuchado ni la más mínima autocrítica por parte de las fuerzas de la izquierda, que se muestran absolutamente incapaces de llegar con su mensaje a estos segmentos marginados de la población, a pesar de que en su credo fundacional está la defensa a ultranza de estas gentes.

Mientras los dos amigos se bajan del autobús en El Camí y se van a “montar una bronca del copón” en las oficinas de servicios sociales, los contemplas desde la distancia y te haces dos preguntas inquietantes: ¿de qué maloliente agujero ha salido tanto odio y tanta estupidez? y ¿dónde estarán los límites de esta repugnante epidemia de ira estéril?.

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