Esta es una historia de valentía cívica. En 1997, una mujer debía armarse de mucho (muchísimo) valor para ponerse un traje de Alcodiano y hacer el recorrido de la Entrada con su filà. Nuria Martínez abrió el camino en solitario y se convirtió en la Rosa Parks de ese reducto masculino que eran por entonces los Moros y Cristianos de Alcoy. Casi un cuarto de siglo después, anuncia que deja la Fiesta en un artículo de prensa en el que no se olvida de recordarnos a todos que se marcha sin haber podido ejercer algunos de sus derechos fundamentales: como hacer una Diana o formar parte de una escuadra.Aunque siempre ha mantenido un perfil público voluntariamente bajo, estamos ante un personaje de primer rango; ante una ciudadana excepcional, cuya intervención ha movido los cimientos de la principal manifestación festiva, cultural y social de esta ciudad.
Antes de entrar en materia, conviene llamar la atención sobre un hecho poco conocido: cuando Nuria Martínez decide ponerse el mundo por montera, en la normativa de la Asociación de San Jorge no existe prácticamente ninguna referencia expresa a distinciones en materia de sexo. No se trata de una avanzada demostración de feminismo ni de igualitarismo progresista por parte de la máxima entidad festera. La explicación es justo la contraria: los responsables de la organización de los centenarios festejos estaban absolutamente convencidos de que ninguna mujer alcoyana tendría “la osadía antipatriótica” de pedir para sí la participación las Fiestas en igualdad de condiciones de los hombres. Aquello era una hipótesis de futuro que no se tenía en cuenta y la mejor demostración de este hecho es que tras la irrupción de la festera alcodiana y la posterior creación de Fonèvol, el Casal se vio obligado a redactar deprisa y corriendo una serie de ordenanzas destinadas a regular (léase discriminar) el acceso femenino al sancta sanctorum patriarcal de les filaes.
Nuria Martínez se marcha como llegó: sin armar ruido. En su caso concreto, la inmensa escandalera que acompañó su entrada en la Fiesta la pusieron otros: un coro de rancios indignados ante un primer paso hacia la normalidad, que era interpretada como una inaceptable agresión a las esencias y ante la que era necesario tocar a rebato todas las campanas de la patria en peligro. Paradójicamente, una mujer que ocupó amplios espacios en los periódicos y las teles de toda España abandona la participación activa en los festejos con unas breves reseñas en unos medios de comunicación extenuados por la crisis económica y monopolizados por la información sobre la pandemia. Sorprende también la falta de reacciones oficiales ante la decisión tomada por una persona, que es ya por merecimiento propio una figura clave en la historia reciente de esta ciudad. Ni la más mínima declaración de reconocimiento a alguien sin cuya intervención sería imposible explicar la presencia actual de miles de mujeres en la Fiesta o las fotografías históricas (que nos enorgullecen a casi todos) de varias escuadras femeninas bajando por San Nicolás.
La primera festera de Alcoy se va sin acritud y sin hacer ni la más mínima concesión al revanchismo. Si ella o sus compañeras de Fonèvol contaran algún día las descalificaciones, los insultos y las afrentas que han sufrido a lo largo de estos años de lucha y tensiones, una parte significativa de la sociedad alcoyana tendría motivos para sonrojarse: tanto los que decidieron ejercer el papel de violentos inquisidores contra la participación femenina, como aquellos que prefirieron mirar hacia otro lado mientras un grupo de conciudadanas eran sometidas a un auténtico y doloroso escarnio público.
La primera festera de Alcoy se va dejándonos también un baño de realismo en el que se desbaratan los falsos triunfalismos con los que se nos quiere vender que en cuestión de participación femenina está todo solucionado. En su artículo/testamento Nuria Martínez nos recuerda (por si alguien lo había olvidado) que queda todavía mucho camino por recorrer y que el acceso de las mujeres alcoyanas a las fiestas de su pueblo es un proceso lleno de complejidades y de obstáculos puestos sibilinamente para dificultar la inaplazable plena integración.
El calificativo ejemplar se carga de significado cuando hablamos de Nuria Martínez. Estamos ante una mujer, que un buen día decidió ejercer sus derechos, hacer normal lo que debería ser normal y ponernos a todos ante el espejo de una situación anómala. Las Fiestas de Alcoy, la gran manifestación social e identitaria de esta ciudad, son hoy mejores y más justas que en aquel lejano 1997. Nada de esto habría sido posible sin este asombroso ejemplo de coraje.
Moltíssimes gràcies per les teues paraules Javier, estic un poc aclaparada per elles.
No ha sigut mai la meua intenció ser exemple de res i tant de bo tot haguera sigut més senzill.
Continuarem lluitant…