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Punto de vista
La gallina de piel
Javier Llopis - 24/03/2016
La gallina de piel

Johan Cruyff se nos va al otro mundo en uno de esos Jueves Santos que brillan más que el sol. Johan Cruyff se nos va a otro mundo sin haber avanzado ni un solo milímetro en su perpetua lucha por expresarse en un castellano correcto; legándonos a todos un idioma personal e intransferible, que a pesar de tener un único hablante debería disponer de su correspondiente Real Academia.  Desaparece una persona que hablaba muy mal, pero a la que se le entendía todo. Perdemos al padre absoluto del fútbol moderno y al santo patrón del barcelonismo renacido de las cenizas del victimismo. Pero perdemos, sobre todo, a un tipo inteligente y certero en una sociedad que anda sobrada de idiotas de todos los tamaños y calibres.

A falta de dinero para pagar una entrada de partido, los estudiantes setenteros acudíamos a ver los entrenamientos del Camp Nou, que en aquellos días lejanos se celebraban sin apenas presencia de cámaras ni de periodistas. En la soledad del estadio vacío sólo se escuchaban dos cosas: los sonidos de los balonazos y la charla continua del Holandés Volador dándoles órdenes a sus compañeros, dirigiendo las jugadas y convirtiendo al entrenador de turno es una especie de convidado de piedra absolutamente irrelevante. Solíamos esperar a Cruyff hasta la salida, sólo por el gusto de comprobar que aquel tipo nunca paraba: seguía repartiendo broncas y consejos hasta el mismo momento en que se subía al coche para volver a casa.

Como era de suponer, aquel jugador genial y verborreico acabó convirtiéndose en un entrenador de campanillas. Listo como el hambre, aplicó al fútbol toda su inteligencia y todo su sentido común, hasta convertir el siniestro espectáculo del “patadón y a la olla” en una hermosa obra de ingeniería deportiva. Aquel tipo con perfil de águila perdicera y flequillo de beatle abrió él solito las puertas de un nuevo siglo de oro futbolero en el que el Barça reinaba con autoridad insultante y en el que el Madrid se gastaba millonadas en un patético intento de comprar la perfección a golpes de chequera. Aquella filosofía, recogida en las penurias del Amsterdam de posguerra, creó escuela y se extendió por todo el mundo como una epidemia;  sin ella sería imposible de entender el milagro victorioso de una selección española de fútbol,  que fue capaz de abandonar la estéril furia racial y de cambiarla por un minueto de pases y de rondos.

Johan Cruyff se nos va al otro mundo y nos quedamos sin un gigante del deporte y lo que es peor, nos deja sin la posibilidad de disfrutar de esas escasas entrevistas que el astro del balón concedía con cuentagotas a los medios de comunicación y que se han convertido en un atractivo subgénero periodístico.  Se han acabado aquellas suculentas charlas televisivas, en las que con su insólita mezcla de castellano, catalán y holándés el veterano de mil batallas futboleras era capaz de diseccionar como un bisturí cualquier acontecimiento de la realidad deportiva o social de este país. Jueves Santo: es imposible evitar un estremecimiento, es imposible evitar que a uno se le ponga la gallina de piel.

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