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Punto de vista
La terrible desgracia de ser de pueblo
Reflexión airada sobre las difíciles relaciones entre la capital y la periferia de la provincia de Alicante
Javier Llopis - 22/06/2021
La terrible desgracia de ser de pueblo

Cuando hace tres años reabrió sus puertas el CADA, en los periódicos de Alicante aparecieron unos cuantos artículos  condenatorios, firmados por algunos de los más conspicuos próceres de la cultura capitalina. Con mayor o menor sutileza, aquellos textos planteaban un argumento insultante: es un desperdicio ubicar una instalación de esta categoría en una ciudad como Alcoy, ya que su sitio natural es la capital de la provincia. En medio de la euforia por la recuperación del viejo Monte de Piedad aquellas voces aisladas fueron ignoradas y en Alcoy nadie dedicó ni un minuto de su tiempo a reflexionar sobre su significado real: una advertencia seria del centralismo provincial, que nos alertaba de que con la omnipotente capital no se juega. Luego, ha pasado el tiempo y se ha encargado de demostrarnos que aquellos tipos no iban desencaminados, dejándonos bien claro que en este territorio  los platos importantes se guisan y se disfrutan a “la llum de les fogueres”.

La cosa volvió a chirriar cuando desde la Generalitat se ponía en marcha el denominado Distrito Digital: un ilusionante plan para incentivar la industria de las altas tecnologías y para atraer empresas innovadoras, que tendría como escenario los locales  desérticos de la Ciudad de la Luz y otros puntos estratégicos de la capital de la provincia. Esta iniciativa era aplaudida con unanimidad a pesar de tener un importante hueco en su planteamiento inicial: ignoraba la existencia de una red de ciudades medias industriales, que a lo largo de los últimos siglos han mantenido milagrosamente vivo al sector manufacturero de la Comunitat Valenciana y que poseen experiencia en la gestión y una cantera de profesionales preparados. La Foia de Castalla, Alcoy, las áreas zapateras del Vinalopó o los núcleos textiles de la Vall d’Albaida veían pasar de largo este tren y en el mejor de los casos, recibían algún premio de consolación en forma de promesa de futuras delegaciones del gran emporio tecnológico alicantino.

Hace unas pocas semanas saltaba a la luz pública otro ejemplo claro de esta secular descompensación. La Diputación anunciaba a bombo y platillo su intención de construir  un gran palacio de congresos en el puerto de Alicante, liderando un proyecto estratégico al que rápidamente se sumaban el Consell y el Ayuntamiento alicantino. El hecho de que Alicante disponga ya de un magnífico auditorio no ha supuesto ninguna traba para que se duplique una infraestructura que tendrá un coste millonario y que servirá para aumentar las distancias entre la capital y la periferia, incluida Elche (la tercera ciudad de la Comunitat) que se ha quedado colgando de la brocha, ya que llevaba años intentando poner en marcha su propio centro de congresos y que ve ahora cómo su propuesta se vacía de contenidos. Y del frustrado proyecto de auditorio de Alcoy mejor no hablamos. En este caso concreto no sólo se ha afrentado a las localidades industriales del interior (acostumbradas a la invisibilidad), sino que también se ha despreciado a solventes ciudades turísticas como Benidorm o Dénia. Conviene subrayar en este asunto el feo papel de la Diputación; que a pesar de autoproclamarse la gran defensora de la vertebración provincial concentra compulsivamente sus grandes inversiones en “el roglet” del Benacantil.

Y como en estos asuntos los detalles siempre son importantes, conviene llamar la atención sobre un hecho anecdótico, pero significativo. El día de San Juan, el 24 de junio, se ha convertido en un festivo autonómico gracias a la presión de foguerers y hosteleros alicantinos, que quieren atraer a sus fiestas (cuando se puedan celebrar) a gentes de toda la Comunitat Valenciana. ¿Se imagina alguien lo que nos dirían en València si se nos ocurriera pedir que el Día de la Entrada fuera fiesta para toda la autonomía?.

Esta forma de entender el desarrollo territorial se sustenta en una auténtica falacia. Los defensores de esta modalidad de centralismo aseguran que lo que es bueno para la capital es bueno para el resto de la provincia. Estamos ante una mentira gigantesca repetida durante años y años, que sólo busca consolidar el papel preponderante de una ciudad sobre una demarcación administrativa llena de desigualdades. Lo que es bueno para la capital no trae apenas prosperidad a las ciudades y a los pueblos de Alicante y además obliga a sus jóvenes a emigrar o a coger el coche cada mañana para ir a trabajar al sitio en el que se concentran todas las iniciativas de desarrollo.

Sería demasiado sencillo atribuir esta situación de agravio permanente a la incompetencia o al favoritismo de una clase política empeñada en jodernos la vida a los que hemos tenido la desgracia de ser de pueblo. Gobernantes de todos los colores del arco parlamentario han acabado sucumbiendo ante el empuje de este endémico centralismo, que encima tiene la desfachatez de llorar sistemáticamente por el centralismo de València. Pasan los años y los grandes lobbys de poder político, económico, mediático y cultural siguen concentrados en la capital de la provincia, defendiendo su enorme trozo de la tarta y ejerciendo una presión permanente a la que nadie puede resistirse. Frente a esta poderosa maquinaria, poca fuerza pueden oponer unas comarcas que son una mera referencia geográfica y que carecen de la más mínima infraestructura política que les dé voz en los grandes debates.

Colocados ante situaciones tan injustas como ésta, a los habitantes de la periferia alicantina sólo nos quedan dos alternativas. La primera consiste en resignarse con el curso de la Historia, aceptar nuestro triste papel de actores secundarios y aplaudir cuando alguna administración pública se acuerde de nosotros y nos conceda graciosamente alguna dádiva en forma de inversión. La segunda opción es mucho más difícil y complicada, ya que pasa por un radical cambio de mentalidades, por un esfuerzo institucional y social para rearmarse, ejercer presión donde haga falta y reclamar un protagonismo que en justicia nos corresponde y que nos ha sido negado sistemáticamente durante décadas y décadas.

 

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