De partida, hay que reconocer que los alcoyanos somos raritos. Como a cualquier hijo de vecino, nos gustan esas ciudades alemanas con maravillosos cascos antiguos medievales de cuento, nos vuelven locos los pueblos blancos de Cádiz y nos pirramos por cualquier aldea de la Toscana que tenga una buena iglesia y unos cuantos cipreses. A pesar de eso, consentimos que en nuestra ciudad se perpetren los mayores desmanes urbanísticos y dejamos que los cagapaisajes la conviertan en un entorno feo en el que la supervivencia de cualquier elemento arquitectónico hermoso es un puro milagro.
La fuerte polémica ciudadana provocada por la construcción de un edificio de pisos que se come literalmente a la humilde iglesia de San Roque ha vuelto a poner de actualidad las extrañas relaciones que tenemos los alcoyanos con nuestro paisaje urbano. A lo largo de nuestra historia reciente hemos hecho gala de unas enormes tragaderas arquitectónicas, que han permitido hacer “bac i limpia” con algunos de los elementos más interesantes y valiosos del patrimonio local. El casco histórico (igual daban inmuebles medievales que casas obreras) ha sido arrasado sistemáticamente utilizando todos los métodos existentes: desde la trilita a las excavadoras, pasando por el viejo truco de dejar que las casas se caigan. El complejo del Monterrey fue sustituido por un bloque de pisos en una operación mágica del tipo las manos corren más que la vista. En las calles San Nicolás y San Lorenzo se derribaron innumerables edificios modernistas, que fueron sustituidos por casas vulgares. El cuartel de Alzamora se transfiguró en una gran caja de zapatos sin ninguna gran movilización popular. Derribamos recintos escénicos encantadores como el Teatro Circo y durante unos años negros nos dedicamos a contar derrumbes de viejas fábricas hechas de piedra y de Historia, que se desmoronaban ante la indiferencia general. El parte de bajas es interminable y la mortandad se remonta a la noche de los tiempos. Conviene recordar que Alcoy es la ciudad que en plena Guerra Civil desmontó una iglesia monumental del siglo XVII en plan Lego.
Todas estas amputaciones (la mayor parte de ellas, absolutamente legales) se han producido sin que la normalidad ciudadana se viera afectada. Somos la demostración viviente de que el ritmo cotidiano de una comunidad se puede mantener en medio de las peores fechorías urbanísticas. No pasa absolutamente nada. Un día desaparece un preciosa fachada, al siguiente derriban un caserón de la Edad Media y en un par de semanas se borra del mapa una calle entera del barrio del Partidor en la que vivieron nuestros padres. Nos hemos acostumbrado al desastre permanente y el resultado es un Alcoy que parece diseñado por el asesor artístico del ejército de Pancho Villa.
Los cagapaisajes forman parte de nuestra galería de personajes ilustres. Son personas como usted o como yo, que adoptan diferentes versiones: desde alcaldes, a empresarios, pasando por concejales de Urbanismo, promotores inmobiliarios o propietarios corrientes y molientes, que quieren sacarse unas perrillas derribando una casa cochambrosa para hacer una nueva.
El resultado de esta actitud ante la vida es un ciudad con un paisaje anodino en la que cada día quedan menos referentes arquitectónicos. A fuerza de mirar hacia otro lado, Alcoy se ha ido haciendo irreconocible y hay que buscar con lupa algún elemento que nos reconecte con nuestro pasado y con nuestras raíces.
La única salida posible para detener este vergonzante proceso de deterioro de Alcoy pasa por un drástico cambio de mentalidad, que ha de venir de la mano de un mejor conocimiento de nuestra Historia. Sólo así conseguiremos que la opinión pública valore elementos a los que tradicionalmente no les ha hecho ni puñetero caso.
Por cerrar el artículo con una nota de optimismo, hay que destacar una circunstancia importante y muy positiva: quedan tan pocas cosas hermosas en pie, que su conservación es una tarea relativamente sencilla. El que no se consuela es porque no quiere.