Entre pitos, flautas, promesas políticas y falsas expectativas; lo único cierto que los últimos datos del INE ponen sobre la mesa la confirmación de una triste realidad: Alcoy ya lleva ocho años seguidos por debajo de la barrera psicológica de los 60.000 habitantes. El último ejercicio, correspondiente a 2021, se saldó con 59.128 vecinos, lo que supone una pérdida de 226. Queda claro que el cruce de esta frontera estadística no es un hecho accidental fácilmente subsanable. Queda claro que estamos ante un síntoma, ante una inequívoca tendencia demográfica de una ciudad que en menos de 40 años ha bajado siete puestos en el ranking de los mayores municipios de la Comunitat Valenciana y que pierde fuelle poblacional de una forma preocupante (se han perdido más de 7.000 habitantes desde el año 1987).
Cerramos el siglo XX con el mismo estupor que afectaba a miles de ciudades industriales del mundo occidental, que comprobaban aterrorizadas cómo su modelo social y económico hacía aguas en un mundo marcado por la globalización. Entramos en el siglo XXI sin una posición clara ante un paisaje amenazador: el hundimiento general de un sector manufacturero que había funcionado durante cientos de años no tenía alternativas claras y el futuro más cercano se presentaba rodeado de incertidumbre y miedo. Se lanzaban al aire propuestas como el turismo, la potenciación de los servicios, la industria cultural y las nuevas tecnologías, sin que ninguna de estas vías se consolidase como una solución real. Nuestros hijos se marchaban a trabajar fuera, mientras se perfilaba un futuro distópico de un Alcoy envejecido, con el orgullo nacional sostenido por la respiración asistida de sus Fiestas de Moros y Cristianos y de su ciclo navideño.
La negritud de este panorama se ha visto acentuada por un inesperado visitante: la política moderna. Los nuevos métodos de gestión pública, implantados por partidos de todo el arco ideológico, se caracterizan por la desaparición de conceptos como el medio y el largo plazo. Palabras como el consenso desaparecen del vocabulario de unos gestores que se ven obligados a vivir al día y que serían rápidamente laminados por sus contrincantes en el caso de que decidieran aplicar las concesiones que exige la política de Estado o la altura de miras. En el terreno de juego de la nueva política sólo hay espacio para la propaganda, para la estrategia y para los productos de consumo rápido. El material trascendental (o demasiado complicado) suele acabar acumulando polvo en el cuarto de los trastos.
Si uno lo piensa bien, las últimas grandes actuaciones estratégicas de Alcoy se produjeron todas hace más de 30 años. Ahí, está el caso del campus de la Politécnica en Ferrándiz, que sigue siendo la iniciativa más productiva que ha recibido esta ciudad en su historia reciente. También tienen una edad avanzada proyectos muy destacables, como el Instituto Tecnológico del Textil, el CEEI o el ilusionante experimento urbanístico del barrio de la Sang. Aquella hipercreatividad institucional, vivida a finales del siglo XX, no tuvo continuidad en el tiempo. Fuimos los últimos en llegar a la autovía central, nos mostramos incapaces de poner en marcha un área de expansión industrial, el tren Alcoy-Xàtiva siguió hundido en su miseria de siempre y proyectos de fuerte calado turístico, como la recuperación del área fabril del Molinar, permanecen embarrancados entre las complejidades burocráticas y la falta de dinero.
Para diagnosticar la gravedad del problema, vale la pena hacer una simplificación un poco burda, pero que se acerca bastante a la realidad. Los índices demográficos de una ciudad vienen a ser algo parecido a los balances de la clientela de un hotel o de un restaurante. Una ciudad crece en habitantes (en clientes) si da una oferta atractiva y los pierde si su producto resulta decepcionante o insuficiente. Alcoy es una ciudad de tamaño medio, cómoda para vivir, con servicios sanitarios y educativos decentes y rodeada de un entorno natural privilegiado. Pues bien, a pesar de todo eso, pierde clientela a chorros. La explicación a este misterio viene del terreno de la economía: carecemos de un tejido productivo lo bastante potente como para evitar que nuestros jóvenes emigren o para atraer gente de fuera dispuesta a establecer sus raíces entre nosotros. Mientras no se resuelva esa gran carencia, seguiremos vagando por el lado feo de las estadísticas y tendremos que asumir con humildad que el Alcoy de ahora está a años luz de aquel Alcoy mitológico, que ejerció durante décadas de punta de lanza industrial de la Comunitat Valenciana.
Las cifras del Instituto Nacional de Estadística nos muestran cada año un nuevo capítulo del retroceso demográfico de la ciudad. Los números acaban conduciéndonos a una resignada melancolía, que hace que buena parte de esta sociedad descarte mirar al futuro y se conforme con el triste ejercicio de revisar una y otra vez las viejas glorias del pasado, en un bucle tan estéril como interminable.