Mi vecino del primero, pobrecito, está pasando por una difícil situación económica. La crisis le golpeó con toda su fuerza en los años más duros de la misma, y a día de hoy todavía no ha sido capaz de recuperarse.
Hubo un momento en que parecía que la cosa empezaba a irle mejor, aunque fuese ligeramente, pero mi vecino decidió (y algo de razón sí que tenía) que parte de la culpa la tenía su esposa, la cual era poco previsora y no ahorró nada para cuando llegaran las vacas flacas. Tomó una decisión difícil: se divorció de esa mujer, con la que llevaba viviendo gran parte de su vida, para, pocos meses después, casarse de nuevo en un matrimonio de conveniencia, convencido de que la elegida sería una gran administradora de sus bienes y, prácticamente con su sola presencia y desparpajo, le sacaría con inmediatez de la crisis. Algunos intuíamos que ese matrimonio no estaba nada claro, que podía salirle mal y empeorar su situación. Le advertimos de ese riesgo, pero no quiso escucharnos.
El caso es que hace un par de años mi vecino del primero me pidió prestados 300 € Yo se los dejé, claro. Y todavía no me los ha devuelto, cosa que me hubiera venido muy bien un tiempo atrás, porque yo mismo sufrí una serie de imprevistos que me obligaron a renunciar a un par de aficiones que tenía, con tal de llegar a fin de mes. Por ejemplo, me di de baja en el gimnasio al que iba desde hacía años, aunque lo compensé saliendo a correr, que es más barato. También tuve que dejar de ir a cenar todos los viernes a la “filà”. Por suerte, de momento, puedo seguir pagando la hoja para salir a fiestas… En fin, pequeños sacrificios necesarios que uno tiene que hacer para sacar adelante a su familia.
Las dificultades de mi vecino no terminaron aquí. Unos días atrás fue al banco para sacar algo de dinero y se encontró con la desagradable sorpresa de que su oficina habitual estaba cerrada. Inquieto, se acercó al cajero, pero cuando metió la tarjeta le informaron de que la cantidad límite que se le podría dispensar era de 10 € al día. Vamos, lo justo para comprar comida para la jornada (aunque sin permitirse ningún lujo).
Ante esa situación cada vez más compleja, mi vecino del primero decidió pedirme 100 € más. Y yo se los quiero dejar, porque no soy mala persona y no me gusta ver cómo sufre. Pero estoy escarmentado de la experiencia anterior y no quiero correr el riesgo de no recuperar mi dinero de nuevo. Así que me he dedicado a conocer un poco mejor los hábitos y costumbres de mi vecino, su forma y estilo de vida. Porque había oído muchas cosas de él, pero yo no tenía nada claro que fueran verdad. Lo primero que descubrí fue que… ¡el tío hará este año escuadra de negros! ¡Y yo sin poder ir a cenar los viernes a mi filà! Resulta que ya la tenía apalabrada desde hace bastantes años, en la época en que las cosas le iban bien (o, al menos, eso creía él) y ahora no se ha planteado renunciar a ese privilegio. Además, también descubrí que va todas las tardes a nadar a la piscina climatizada, en el gimnasio más caro de la ciudad. ¡Hombre! Me parece fabuloso, porque se trata de una actividad física sana, pero si uno va apurado de dinero, ya podría hacer algo menos gravoso (como hago yo, por otra parte). Visto lo visto, me armé de valor, y cuando tuve la oportunidad de hablar con mi vecino, le planteé las cosas claramente: yo le dejo el dinero que necesita, pero a cambio, debería realizar algunos ajustes en su modo de vida. Ya sé que habrá gente a la que esto le parezca una intromisión, y que yo no soy nadie para decirle a mi vecino como debe vivir, pero es que soy yo quien le va a prestar dinero, una vez más.
La reacción de mi vecino ante mi propuesta me sorprendió, lo confieso. En lugar de darme una respuesta inmediata y asumir su responsabilidad, se levantó de la silla y me dijo que quería preguntar a sus hijos si estaban dispuestos a aceptar mis condiciones. Bajó a su casa, y les planteó la cuestión a sus vástagos. Excepto uno, el resto apoyaron a su padre, negándose a adaptar su modo de vida a sus posibilidades actuales (lo entiendo, cuando uno está acostumbrado a comer caviar todos los días, cuesta mucho pasar a comer mortadela con olivas). Subió a mi casa para trasladarme la respuesta obtenida y exigirme los 100 € que necesitaba. Pero es que el dinero es mío… ¡y yo seguía sin garantía ninguna de que me lo devolviera!
Sin embargo, cuando ya creía yo que no podría llevarme ninguna sorpresa más, mi estupor alcanzó su grado máximo una tarde, cuando llevé a mis hijas al parque. Estaba yo distraído con el móvil, mientras mis hijas se columpiaban, cuando capté por casualidad una conversación entre un grupo de mamás que tenía justo en el banco que había al lado de donde yo estaba sentado. De pasada, entendí el nombre de mi vecino y eso captó mi atención. “Seguro que a alguna de ellas también les debe dinero”, pensé yo, aguzando el sentido del oído, picado por la curiosidad. Ellas no nos conocían ni a mí ni a mi vecino, y por supuesto solamente sabían del caso a través de terceros, pues, al parecer, este hecho se había convertido en la comidilla habitual en bares, clubes y, prácticamente, cualquier lugar en el que se reunieran más de tres personas. Todavía no acierto a entender cómo ni en qué momento de la historia pasó esto, pero en su intercambio de opiniones… ¡el malo era yo! Sin tener ni idea de nuestra verdadera situación y dando por buenas las aportaciones que, sobre el tema, habían divulgado otras personas malintencionadas, no dudaban en lanzar sobre mí calumnias de todo tipo y calificativos injuriosos, como explotador, abusador o, incluso, terrorista financiero. Exigían, sin pudor alguno, que le perdonase la deuda anterior y le diese, sin condiciones, los 100€ que ahora me demandaba. También comentaban que, de no ser así, lo mejor que podría hacer mi vecino del primero sería irse de la comunidad de vecinos y vivir por su cuenta. Y no sé cuántas otras cosas llegarían a proponer, porque no lo pude resistir más. Cogí a mis hijas y me volví a casa, perplejo e indignado.
En fin, no quiero extenderme demasiado en esta historia de mi vida. Finalmente conseguí que mi vecino aceptara, a regañadientes, aceptar algunas de mis propuestas, así que le presté el dinero. Sinceramente, no tengo demasiadas esperanzas de recuperarlo y estoy seguro de que la cosa no terminará aquí. Me ha llegado a mis oídos que hay otros vecinos, particularmente el del entresuelo, que está pensando hacer un frente común con el del primero para plantarme cara. Espero que finalmente esto no suceda pero, visto lo visto, o mejor dicho, oído lo oído, yo ya me creo que pueda suceder cualquier cosa, por extraña que parezca.