Derribaron el Monterrey delante de nuestras narices, en medio del más absoluto silencio cívico y político. Sustituyeron aquel magnífico espacio socio/cultural por un gran bloque de pisos sin que nadie abriera la boca. La ciudad asumió aquella pérdida sin que se sepa de algún intento sólido de negociar algún acuerdo de compra o de permuta con los propietarios, sin ninguna manifestación vecinal de repulsa, sin comunicados escandalizados de las entidades culturales, sin que se creara ninguna plataforma de Salvem el Monterrey y sin una puñetera moción a pleno. Alcoy vio caer aquella magnífica infraestructura como si hubiera sido arrasada por una catástrofe natural. No hubo grandes penas ni grandes cabreos; un par de artículos nostálgicos (vacíos de cualquier espíritu crítico o reivindicativo) saludaron aquel triste final. Derribaron el Monterrey como derribaron centenares de casas valiosas del casco antiguo, decenas de edificios modernistas o centenares de viejas fábricas de gran valor arquitectónico. Es otra historia alcoyana en la que la ciudadanía le da la espalda a su patrimonio, dejando que la ciudad siga rodando por una pendiente de fealdad y de desaparición de buena parte de sus hitos.
Ahora, casi 40 años después del desastre, Ricardo Canalejas saca un magnífico libro de fotografías sobre el desaparecido Monterrey. La obra de este investigador del pasado alcoyano ha tenido la virtud de resucitar una vez más ese viejo gorigori llorón y victimista que anida en algún oscuro rincón del alma colectiva de la industriosa ciudad del Serpis. Las mismas generaciones que asistimos con despectiva indiferencia a la demolición de aquel inmueble, nos indignamos ahora en diferido por la pérdida irreparable (en el pleno sentido de la palabra) y buscamos culpables a los que cargar con este muerto colectivo. A todo el mundo se le ocurren ahora usos para el Monterrey, que contribuirían al desarrollo turístico de Alcoy: festivales veraniegos de jazz, de cine y de música clásica; certámenes teatrales y grandes espectáculos al aire libre o conciertos musicales de gran formato que actualmente carecen de espacios adecuados. Este singular recinto habría podido jugar un papel importante en el relanzamiento de Alcoy, pero por desgracia vinieron unos marcianos en una nave gigante y se lo llevaron en un rato, sin que nadie se enterara.
Queda demostrado una vez más, por si alguien tenía alguna duda, que los alcoyanos somos una extraña tribu; una banda de tipos raros, maestros en el arte de llorar por las viejas glorias imperiales del pasado y absolutamente inútiles a la hora de luchar para defender lo nuestro en el presente.
Derribaron el Monterrey ante nuestras narices y derribaron todo lo que les vino en gana sin que nadie dijera ni mu. Resulta complicado explicarles a nuestros hijos y a nuestros nietos cómo dejamos que se cometieron todas estas barbaridades sin apenas mover un dedo.
Una vegada més, Javier Llopis actua com agulla certera que punxa les nostres consciències. No es pot objectar ni una coma de l’article. De res no aprofita aconsolar-nos mirant fotografies d’un temps perdut que no recuperarem. Tans sols serà remei si aquest llibre ens serveix com a esperó per mantindre’ns vius i actius davant properes aberracions urbanístiques. Un exemple? El cinema Goya. Estem disposats a deixar-lo caure o que el tombe l’especulació immobiliària, com ara el Monterrey?