Septiembre es el primer mes del año a todos los efectos. Extraoficialmente, claro está. Pero debería serlo también de manera formal.
Con un poco de suerte, este post se convierte en un fenómeno viral, llega a oídos del Papa Francisco y éste, en ese impulso reformador que está mostrando, dicta una bula papal (¿eso todavía se hará?) para modificar el calendario que instauró el también Papa Gregorio XIII en 1582, de tal forma que el año empiece en este mes, y no en enero como está establecido hoy en día. ¿Por qué digo esto? Antes de que alguien determine que me he vuelto definitivamente loco, reflexionemos:
Mi primer argumento es económico. Se habla mucho de la cuesta de enero, pero la verdadera cuesta es la de septiembre. ¡Qué digo cuesta! Lo de este mes es un abismo, un precipicio, un acantilado, un ascenso río arriba sobre aguas bravas, una subida de tal desnivel que me río yo del Tourmalet. Porque, si lo pensamos bien… ¿qué gastos tenemos en enero? Ese mes, sobre todo si hemos sido previsores y hemos realizado las compras de reyes en diciembre (o incluso antes), apenas hay más gastos que los ordinarios de cada mensualidad. Cierto es también que los comercios nos tientan con sus anuncios de rebajas, pero si somos fuertes y resistimos a los cientos de carteles y anuncios con los que nos bombardean en esas fechas, conseguiremos pasar el mes sin demasiados sobresaltos. Sin embargo, en septiembre, se acumulan los dispendios. El pago del IBI (es el caso de los que habitamos en Alcoy, por lo menos), los libros de texto y el material escolar de nuestros hijos, las matriculaciones en actividades extraescolares y deportivas, los uniformes escolares… Una interminable cascada de dinero que tenemos que gastar, a la que podremos hacer frente si hemos sido un poco ahorradores y no hemos agotado los ahorros de la paga doble de verano. Pero si nos hemos descuidado un poco y hemos disfrutado de todos los placeres que nos ofrecen los meses estivales, nos veremos en la obligación de convertirnos en auténticos magos de las finanzas con tal de poder llegar a fin de mes.
Segundo argumento: los propósitos personales de comienzos de año. Como muy bien sabréis y, seguramente, os habrá sucedido a todos en primera persona, en enero solemos plantearnos una serie de objetivos personales que, generalmente, se nos olvidan a los pocos días. Sin embargo, ¿no sería más lógico que esos propósitos se realicen en septiembre? De hecho, al no ser así, están condenados al fracaso de antemano. Por ejemplo, aprender inglés es uno de esos deseos tradicionales. ¿Qué sentido tiene plantearse esto en enero? Lo más lógico es empezar ahora, de tal forma que tengas 10 meses por delante de duro estudio (si no te cansas antes) y, en junio puedas realizar el correspondiente examen de acreditación de nivel con ciertas garantías. Y lo mismo se puede aplicar a la intención de muchos de apuntarse a un gimnasio y empezar a hacer deporte. ¿Por qué en enero? ¿No sería mejor hacerlo ahora, en septiembre? El verano es un mes en el que cometemos muchos excesos (cervezas, helados, siestas interminables…) y solemos volver a la rutina con unos cuantos kilos de más. Así pues, ¿qué mejor manera de recuperar la forma que comenzando a practicar algún deporte? Y no voy a meterme con el otro propósito tradicional, ya sabéis, dejar de fumar. Para ello siempre es buen momento, aunque yo os recomendaría que lo hagáis lo antes posible.
¿Todavía no estáis convencidos? Pues sigamos pensando nuevas tesis. Septiembre es el mes en el que se empiezan proyectos e iniciativas. Un ejemplo que se repite anualmente son los coleccionables. A mí me fascina ver los spot publicitarios que se emiten en televisión en esta época para descubrir cómo lanzan colecciones de cualquier cosa, por muy difícil de imaginar que parezca. Los métodos para aprender idiomas me parecen razonables. Los de coches, motos o camiones en miniatura, también. Pero he llegado a ver colecciones de chapas de botella de champán. Alucinante. Me estoy desviando del tema (esto es digno de un post en sí mismo, no lo descarto en el futuro). Lo interesante para reafirmar mi tesis es que la colecciones se empiezan ahora, no en enero. ¿O no es así?
Tercer y último argumento: tal vez, el inicio de las principales competiciones deportivas también sea causa directa de esta percepción. Cuando hablamos de las expectativas de nuestro equipo de fútbol favorito, no hablamos casi nunca de la temporada, sino que nos cuestionamos qué harán este año, dando por hecho que el mismo empieza en septiembre y termina en junio. Hablamos de los fichajes para este año, del abono del carné del año, de cuántos equipos españoles jugarán la Champions este año… Sabemos que nos referimos a la temporada, pero esta palabra apenas aparece en nuestro vocabulario ordinario.
Es muy posible que esta percepción sea consecuencia de mi profesión (soy maestro). El curso escolar empieza en este mes y termina en junio, por tanto, muchos de mis planes vitales giran en torno a este periodo laboral. Sin embargo, aunque probablemente sea solamente una cuestión semántica y de vocabulario, en la mayoría de los casos, esto lo verbalizo como el trabajo del año, qué clases imparto este año, en qué nivel trabajo este año, qué actividades formativas realizaré a lo largo del año… Sucede algo parecido a lo descrito en el párrafo anterior. Sé que debería hablar del curso, pero por defecto suelo referirme al año.
Dicho lo dicho, creo que la fórmula más lógica para terminar este post es bastante previsible. ¡FELIZ AÑO A TODOS!