Lo mejor que se puede decir de “Corazones de acero” es que uno sale de ver esta película de guerra con unas ganas tremendas de sentarse en el sofá de casa para echarle el enésimo vistazo a “Los cañones de Navarone”, a “Los violentos de Kelly” o a “Doce del patíbulo”.
El director David Ayer domina la técnica y nos ofrece algunos momentos de insólita brillantez (insuperable la batalla final). Sin embargo, la película empieza y acaba con la inconfundible sensación de que le falta algo. Aunque a primera vista parezca sencillo, el cine bélico es un género lleno de claves complicadas y de códigos propios, sin el cual todo el invento se derrumba estrepitosamente. En “Corazones de acero” falla la historia general y falla esa descripción de personajes, que hace posible que una película de tiros se convierta en un relato atractivo, que atrape al espectador. Ni el omnipresente Brad Pitt logra salvar esta carencia, que en algunos momentos del film se convierte en una carga insoportable.
Los americanos de “Corazones de acero” van por el mundo matando nazis a diestro y siniestro y nadie sabe de dónde cojones vienen ni a dónde cojones van. Se enfadan, se desenfadan y hasta se ponen trascendentales sin que el espectador acabe de tener claro qué puñetas les está pasando.
Magníficas escenas de batalla, en las que sólo sobran los disparos luminosos, en los que las ametralladoras de los tanques reciclan uno de los trucos más celebrados de la Guerra de las Galaxias.
Hacer cine de guerra no es fácil. “Corazones de acero” nos coloca ante la obligación de revisar algunos de los clásicos bélicos imprescindibles y de dejar de considerarlos obras menores, para darles su justo valor.