El gran maestro del cine de terror, Alfred Hitchcock, ya lo dijo una vez: “A las personas les gusta tener miedo cuando se sienten seguras”. Fisiológicamente, casi todo el mundo responde a una escena de miedo: comenzamos a sudar, aumenta el ritmo cardíaco, sube la adrenalina…Una sensación que no siempre nos resulta desagradable. Si el otro día llegó a mis manos esta fantástica cita, con la que he comenzado el escrito, el sábado pasado me vi, también de manera casual, espontánea, la película de marca española El secreto de Marrowbone. Y de esto va el presente razonamiento.
Todo comenzó cuando entré a los cines Altet libre de todo prejuicio y dispuesta a poner a prueba mi medidor del miedo -siguiendo la lógica de Hitchcock- para huir del verdadero pánico que me había supuesto una semana absolutamente normal. Con objeto, por tanto, de romper con la rutina cagándome en los pantalones, descubrí la mejor parte de esta película: su psicología. El argumento está sustentado en un reparto donde brillan rostros emergentes como el del británico Charlie Heaton (Stranger Things), por citar solo un ejemplo. La historia cuenta con gran fundamento y el efecto sorpresa que otras películas del género solventan con “cuatro sustos” y ya.
En resumen, que la teoría de la psicología del miedo funciona a la perfección en El secreto de Marrowbone. La trama arranca con la presentación de los personajes, de un escenario inhóspito y, sobre todo, de un misterio sin resolver que no conoceremos hasta bien entrada la película. El espectador comienza a familiarizarse con el miedo del pequeño de los Marrowbone –incluso se aprende su nombre, Sam-, se compadece de la hermana, encarnada por Mia Goth, y sufre cada vez que la cicatriz del hermano mayor supura –un personaje que, por ello, parece parido por la mismísima J.K. Rowling-.
No hay duda que esta película va del miedo. De la intriga, de sufrir un poco agarrado a la butaca. Pero es un terror refinado, sustentado en otras sensaciones. El desconocimiento de quién habita en la buhardilla, los momentos de oscuridad y silencio interrumpidos por ese dato que el espectador ignora, los avances y retrocesos en el tiempo, son muestra de ello. Es un callejón sin salida que sacia el apetito mientras lo va abriendo, poco a poco. Y solo cuando todo está perfectamente hilado para que la sudoración, la adrenalina y el ritmo cardíaco se pongan a tono, sabemos que el final, inesperado e incluso dulce, en este caso, está aquí. Ya ha llegado el miedo, por fin. Ese es el secreto, el ‘secreto’ de Marrowbone.