Coger un burro en Alcoy no tiene nada que ver con subirse a lomos de uno estos entrañables animales domésticos de la familia de los équidos, que en tiempos muy lejanos jugaron papel fundamental en nuestra exigua agricultura. Coger un burro en esta ciudad es sinónimo de pillar un cabreo de considerables proporciones, que presenta como principal seña diferencial su prolongación en el tiempo.
Resultan legendarios los burros infantiles. Enfados desproporcionados e inexplicados, que convierten al niño en el protagonista de berrinches de gritos y lloros capaces de atronar a todo un barrio. La lucha contra estas sonoras demostraciones de malestar obliga a los padres del infante a recurrir a todas sus habilidades diplomáticas y a todo su catálogo de carantoñas y de amenazas. Conviene recordar que estamos en una época de corrección política en la que el clásico y efectivo batecul alcoyano puede acabar con una denuncia en la Comisaría de Policía y con una declaración plenaria de repulsa.
Hay que subrayar que el burro no es una práctica exclusivamente infantil. Esta dolencia afecta a personas de todas las edades y condiciones. Adolfo Hitler pilló un burro de mil demonios después de que las tropas soviéticas le dieran la del pulpo en Stalingrado. La novela clásica “El Conde de Montecristo” es al fin y al cabo la historia del burro que coge el pobre Edmundo Dantes después de que un amigo le traicione, lo meta en la cárcel y se quede con su dinero y con su mujer. Hasta el hierático Lionel Messi ha sucumbido a este mal, después de que el Barcelona se viera humillado por el Bayern, decidiendo finalmente abandonar el club de sus amores.
Cuando el burro se prolonga mucho en el tiempo acaba convirtiéndose en una actitud ante la vida. “Estar emburrat” es una acepción, que utilizamos los alcoyanos para referirnos a alguien que está disgustado y que quiere hacer patente su disgusto a los que le rodean. El prototipo de hombre emburrat es, sin ningún género de dudas, José María Aznar. El ex presidente de Gobierno lleva 16 años seguidos haciendo patente su expresión de enfado con el resto de la Humanidad. Es un gesto adusto y antipático, que se parece mucho al que poníamos nosotros de niños cuando los capitanes de los dos equipos se echaban a pies y no nos cogían para el partidillo de fútbol.