Antes de inventarse los personal trainings, los coachings, los runners y la tableta de chocolate de José María Aznar, los alcoyanos presumíamos de musculitos imitando el gesto de los forzudos del circo, tensando el brazo para que aparecieran nuestros bíceps en todo su esplendor y soltándole nuestro impresionado interlocutor una frase que ya forma parte de nuestro patrimonio lingüístico: ¡Toca, toca…. açó és ferro p’Alemania!.
Esta insólita metáfora anatómico/industrial hunde sus raíces en la mitificación de la siderurgia germánica, convertida en el paradigma internacional de la fabricación de productos dotados de una solidez a prueba de bombas. Cuando un machito alcoyano nos muestra la bola del brazo o los abdominales y dice aquello de “açó es ferro p’Alemania” está comparando sus músculos con la resistencia de un Panzer o con la dureza del material fabricado en las acerías Krupp. Antes de la llegada de la odiada Merkel, nuestra visión simplista del mundo identificaba a Alemania con un país de cabezas cuadradas, que fabrica cosas metálicas (ya sean coches, tanques o cañones antiaéreos) capaces de resistir los embates del tiempo y cualquier tipo de agresión externa.
Hay que señalar que esta frase comporta una inevitable obligación social para su destinatario. Cuando a uno le dicen ¡toca, toca…. açó és ferro p’Alemania!, las convenciones le obligan a palpar con entusiasmo y deleite la zona marcada por el presunto culturista; ya sean bíceps, piernas o abdominales. El rechazo de esta oferta (ya sea por razones de higiene, de repugnancia personal o de simple temor al ridículo) será entendido como un grave desprecio hacia las habilidades gimnásticas de nuestro amigo deportista, que acabará buscándose otras amistades más receptivas con sus exuberancias musculares.
Nota importante: Un código no escrito señala que esta invitación al palpamiento sólo se puede aplicar a determinadas partes del cuerpo masculino. Un uso equivocado de estas indicaciones puede acabar en una situación engorrosa con incómodas connotaciones sexuales. Conozco a un tipo que se encontró con una amiga en el gimnasio y que apuntándose a la entrepierna le soltó el consabido ¡toca, toca…. açó és ferro p’Alemania!. Acabó cumpliendo una merecida pena de seis meses en Fontcalent al condenarle un juzgado por un delito acoso y exhibicionismo. Ni que decir tiene que la chica no le ha vuelto a dirigir la palabra,