En alguna época remota, los alcoyanos debieron tener un extraño concepto de los habitantes de las brumosas tierras de Galicia. Así lo indica la acuñación de la construcción gramatical “fer una gallegà”: una expresión multiusos, que usamos como sinónimo de chasco y detomadura de pelo o para referirnos a una acción que ha requerido grandes esfuerzos y que al final, nos ha ofrecido unas compensaciones exiguas o casi inexistentes.
La gallegà es una pariente lejana de otras expresiones claramente xenófobas que pueblan nuestro lenguaje cotidiano, como: engañarte como a un chino, trabajar como un negro o hacer el indio. Todas ellas presuponen un cierto grado de desprecio racista hacia otros pueblos y otras razas. En este caso, los gallegos son conceptuados como personas inocentes y poco despiertas; un tópico que nada tiene que ver con la realidad y sino, que se lo pregunten a Amancio Ortega, el dueño de Zara, que figura en todas las listas de personas más ricas del mundo.
Vayamos al turrón, que se acerca la Navidad. “Fer una gallegà” equivale básicamente a ser el protagonista de un suceso en el que uno ha salido más o menos escaldado. Se incluyen dentro de este grupo semántico acciones tales como: ayudar a amigos en mudanzas, dejarle dinero a un tipo que nunca nos lo va a devolver, arruinarse con la cuenta de un restaurante de alto copete, comprar un coche de segunda mano que es una cafetera o equivocarse de carretera en un viaje y hacer 200 kilómetros de más.
Hay un segundo concepto de “fer una gallegà” en el que el sujeto protagonista realiza las acciones por voluntad propia y sin que medie ningún tipo de engaño. Dentro de este apartado se incluyen actos extraños y sin explicación como: acabar una juerga en Benidorm cruzándose el puerto de Guadalest a las cinco de la madrugada, subirse a la cima de Montcabrer sin haber realizado ninguna excursión en los últimos cinco años o sufrir tres horas de viaje del tren Alcoy-Xàtiva para comerse una paella en València. En este segundo caso, la construcción “fer una gallegà” puede sustituirse sin ningún problema por la alcoyanísima palabra “humorà”; pero ese concepto ya lo analizaremos otro día.