A mitad de camino entre el recado y el encargo, el mandao es una palabra alcoyana de insólita riqueza con la que los habitantes de esta ciudad englobamos un número casi infinito de gestiones. Comprar el pan, coger número en el ambulatorio, renovar el DNI en la Comisaría, recoger unas botas de Castillo o comprar dos kilos de alcachofas en el mercado son ejemplos de mandaos.
Todos tienen en común una cosa: son acciones que se efectúan fuera de casa y que han sido planificadas con antelación. Estamos ante un concepto transversal, que igual vale para las funciones más importantes que para las más humildes: hacer un mandao es ir al banco a firmar un crédito y también acudir al Mercadona a comprar papel higiénico.
Dicen los expertos que los alcoyanos invertimos la décima parte de nuestra vida en hacer mandaos. Las amas de casa y los jubilados son los principales practicantes de este arte estrictamente local, que exige un profundo conocimiento de la geografía urbana y una planificación milimétrica del tiempo. Antes de inventarse las actividades extraescolares, los niños alcoyanos eran las víctimas propiciatorias de este castigo; ya que cada vez que salían de clase, se encontraban en sus casas con una inacabable lista de mandaos pendientes, elaborada minuciosamente por sus madres.
La aparición de Amazon y de las empresas de mensajería ha provocado la desaparición del mandao como actividad profesional. El sector industrial y el comercio alcoyano tuvieron en el chico de los mandaos uno de sus pilares fundamentales. La figura de este joven meritorio, encargado de traer cafés y de llenar el botijo, jugaba un papel básico en el funcionamiento del engranaje de la economía local. Muchos de nuestros próceres empezaron haciendo mandaos y desde allí escalaron a lo más alto de nuestra pirámide social.
Durante su edad de oro, el mandao creó una estética y una cultura propias. Valga como ejemplo aquel olvidado “mocador mandadero”: una extraña pieza de tela a cuadritos marrones y negros, que se utilizaba como hatillo para el transporte de cosas y que lucía en los escaparates de todas las mercerías de la ciudad como un artículo de primera necesidad.
El principal enemigo del mandao es la barsella de carrer. Una conversación de calle especialmente larga puede convertir en papel mojado cualquier operativo mandadero por muy bien planificado que esté. La habilidad para conjugar los principios básicos del binomio espacio/tiempo es clave fundamental para el éxito de un buen mandao.
Existe otra acepción, y muy interesante y potente, del término «mandao», y es la siguiente: «tener un buen mandao». Esta nueva posibilidad hace referencia al aparato genital masculino en su general conjunto, y abunda en la dirección de la cantidad instrumental del artilugio urinario-reproductivo. Se utiliza en frases como: «eixe té un bon mandao», señal inequívoca de que el ejemplar es de muy buen calibre, toda vez que el pájaro, en su vuelo, ha sido contemplado con punzante admiración, o envidia.