A mí me gusta pasear por el parque de mi barrio. Hace un tiempo mi mujer y yo fuimos al médico, nada nuevo, lo esperado.
Una mañana, ví sentado en un banco a un viejo engominado, de pelo blanco, vestido modestamente, pero con pulcritud, se le veía limpio, tenía una amplia sonrisa. «Buenos días señor», » hola joven ¿qué tal?» me sentí cómodo y me senté a su lado. Me habló, » qué bonito está el parque con las flores en colorido esplendor, los olores a romero, azahar, mira como esa abeja recorre el pistilo de la flor, el milagro de la gestación de la miel ya está en marcha». Cerró los ojos e inspiro profundamente, yo hice lo mismo.
Otro día volví a ver al viejo en su banco, sonriendo, me acerqué y me senté junto a él. ¿Cómo estamos señor? » Disfrutando de estos ratos de sol, de esta luz y calor estival, además es una delicia porqué nos secan la piel, y bajo del manto de escamas muertas va naciendo piel nueva» , sin dejar de sonreír volvió a cerrar los ojos, yo intuitivamente me rasqué el antebrazo y le imité.
Mi rutina de paseo, aunque el día era triste y ventoso no la cambié. Allí estaba el anciano sentado en ahora ya nuestro banco, con el cuello del abrigo subido y sonriendo. » Hola amigo, -me dijo-, hazme compañía, mira como la naturaleza es sabia, unos árboles conservan las hojas, observa aquellos pinos, aquellos cipreses; otros las pierden Me subí el cuello de mi abrigo y me dejé acariciar por el fresco viento.
Cuando tomando café ví desde mi ventana caer copos de nieve, me acerque al parque y desde lejos con su entrañable mirada, y su sonrisa permanente , sentado en el banco común, me llamó. Tenía las manos extendidas, con las palmas hacia arriba, con curiosidad le pregunté ¿y eso? » ves – me explicó- cae el agua en forma de estrella de nieve, pura, blanca, la que la gravedad caprichosa decide que se pose en mi mano, esa y solo esa, cierro las manos y aunque parezca que desaparece no es así, solo cambia de estado, la belleza sigue allí.
Una tarde, mi mujer me cogió del brazo y salimos a pasear juntos. Al llegar al parque, ella saludo al viejo, le sonrió feliz, lo abrazó, iluminada como hacía tiempo que no la veía. ¿os conocéis? pregunté. El viejo dejo de sonreír, le miré a los ojos y entonces yo dejé de sonreír. Se levantó se hizo a un lado, ese gesto de intimidad permitió, ayudó, a que mi mujer besándome me dijera, «Sabes que me tengo que ir, él es mi amigo Cáncer, le pedí hace unos meses que te enseñara lo precioso que es vivir, disfrutar de la amistad, de lo que hoy aún tenemos y en especial a enseñarte a dejarme marchar». Ellos dos, cogidos de la mano, sin voltearse a mirarme, para no abrir una esperanza que no era posible, se fueron por el camino.
Ahora sé que en todas las estaciones se vive para morir, que la muerte es vital para que verbos, palabras como nacer, crecer, procrear, amor, compromiso tengan su razón de ser. Hoy he vuelto al parque, veo a mi joven vecina y le pregunto ¿Qué le ha dicho el médico a tu marido? «Nada nuevo, lo esperado» y sonríe. Me alejo, dejo a mi vecina sentada con una señora mayor, de cardado pelo blanco, vestida con modestia, pero limpia, ambas sonríen. Espero que a mi hija cuando salga con su perro a pasear al parque, ninguna persona mayor, modestamente vestida y limpia le sonría, porque yo tengo médico mañana, nada nuevo, lo esperado.