En un tranquilo pueblo de la provincia de Alicante, nació nuestro hijo David, llenando de alegría y esperanza nuestro hogar. Helena y yo no podíamos estar más felices. Sin embargo, nuestra felicidad se vio pronto ensombrecida por la devastadora noticia de que David había nacido con cáncer. Desde su llegada, David se convirtió en nuestro pequeño guerrero, un símbolo de lucha y resistencia para todo el pueblo.
Cada día enfrentábamos este desafío con determinación y un amor inquebrantable. El tratamiento era una batalla constante, y cada contratiempo se sentía como un golpe directo al corazón. A pesar de la sombra de la enfermedad, la luz de David nunca se apagó. Su risa resonaba por todo el pueblo, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay un rayo de esperanza.
A medida que David crecía, su vulnerabilidad se hacía más evidente. Los días se volvían más difíciles y su sonrisa, que antes iluminaba todo, se iba apagando poco a poco. Sin embargo, su resiliencia y el amor que recibía mantenían viva una chispa de esperanza. La comunidad se unió alrededor de él, inspirada por su valentía, mostrando una solidaridad y un cariño que reflejaban el profundo impacto que nuestro pequeño había dejado en sus
corazones.
Aunque su tiempo en este mundo fue breve, su legado sigue vivo en el amor de los habitantes de nuestro pueblo. Cada rincón del lugar guarda un recuerdo suyo, y su historia se cuenta con la emoción de quienes lo conocieron. David se convirtió en una luz que, aunque fugaz, iluminó la vida de todos a su alrededor, demostrando que la verdadera fuerza reside en el espíritu y en el amor compartido.