Esta es la pregunta que se deben estar haciendo desde hace años centenares de directores de cine de todo el mundo. ¿Por qué el puñetero Tarantino puede meter en una película a un Leonardo di Caprio fondón flambeando a una hippy con un lanzallamas y la gente en vez de escandalizarse convierte las salas en un mar de aplausos y de risas?.
En primer lugar, hay que subrayar un hecho importante: cuando este hombre estrena una película; la gente no va al cine, la gente va a ver “la última de Tarantino”. El director ha conseguido un estatus especial, reservado únicamente para unos pocos privilegiados. A lo largo de su carrera, este realizador ha logrado que millones de espectadores de todo el mundo le acepten un lenguaje cinematográfico propio con unas claves personales y absolutamente provocadoras. La conclusión es evidente: hay que ser puñeteramente bueno en el oficio para obtener esos índices de complicidad.
Cuando uno acude a ver “Érase una vez en Hollywood”, la última entrega del realizador norteamericano, se enfrenta a un fenómeno que se ha repetido en la mayor parte de las piezas de su filmografía: por muchas críticas y por muchos reportajes que se hayan leído para documentarse sobre la película; al final, el film acaba sorprendiéndonos y ofreciéndonos una historia que poco o nada tiene que ver con esa inevitable mochila de ideas preconcebidas con las que cualquier espectador acude a una sala de cine. Uno espera encontrarse con una recreación del Hollywood de los años sesenta, con una divagación gore sobre los crímenes de la Familia Manson y al final, se encuentra todo eso y de propina una gran película de colegas y de amistad. “Érase una vez en Hollywood” centra todo su potencial en el dúo Leonardo di Caprio/Brad Pitt, los dos actores están grandiosos en sus respectivos papeles de héroes cansados baqueteados por la vida y le ofrecen al espectador un duelo interpretativo de esos que se quedan grabados en la historia del cine. Si a esto le añadimos su correspondiente ración de locuras tarantinianas, una banda sonora maravillosa y un final brutal e inesperado, el resultado es eso: una película redonda de la que se sale encantado.
Tarantino tiene bula y contemplando creaciones tan contundentes como su última película se llega a la conclusión de que se la ha ganado a pulso.