Este domingo pasado bajaba definitivamente la persiana Casa Calvo de Muro; uno de esos establecimientos hosteleros especiales que marcan el pulso social de una comunidad y que acaban formando parte de su historia. Tras casi un siglo de servicio al público, este negocio familiar, por el que han pasado tres generaciones, echa el cierre y deja tras de sí un inagotable legado de momentos irrepetibles con los que se podría construir un completo relato de los últimos 92 años de la vida murera.
En unos tiempos en los que el sector de la hostelería vive en permanente estado de volatilidad y en los que los bares y los restaurantes nacen y desaparecen como por arte de magia, Casa Calvo era un caso único de supervivencia. Este establecimiento abrió sus puertas como bar en 1930, en la plaza de la Iglesia. Transcurrido el tiempo se trasladó a su actual ubicación y tras comprar varias casas y tirar algunos tabiques se convirtió en restaurante, bar y en algunos momentos de su historia también en pensión. Estamos ante un caso de éxito: Casa Calvo acabó trascendiendo las fronteras de Muro y se convirtió en un referente en toda la comarca. La excelencia gastronómica y el trato cercano con el cliente son los dos grandes secretos de este triunfo, que se ha prolongado durante casi un siglo. Sus actuales propietarias, Mercè Calvo y Toñi Martínez Calvo recibieron el negocio de sus padres y de sus abuelos y con la llegada de su jubilación han tenido que ponerle fin a la aventura por falta de relevo generacional.
Para Muro, Casa Calvo ha sido algo más que un lugar al que se iba a comer o a tomar café. Este establecimiento ha jugado durante década ese papel de foro público que juegan los bares en la sociedad española. Espacio de reunión y de encuentro, este bar/restaurante no ha sido ajeno a ninguno de los acontecimientos que afectaban a la localidad. Allí, se anunciaban -gracias a la flamante comunicación telefónica- los triunfos de la banda de música. Entre sus paredes, muchos mureros asistieron en 1969 a la llegada del hombre a la luna, gracias a una televisión que habían comprado los propietarios para celebrar la ocasión. En los salones del restaurante se gestaron muchos de los tratos empresariales que dieron lugar al proceso de industrialización de este pueblo de El Comtat, que en cuestión de unas décadas se llenó de fábricas y vio crecer espectacularmente el número de habitantes. El bar fue testigo del imparable avance del protagonismo de la mujer en la sociedad murera: de tener que asomar la cabeza por la puerta para buscar al médico o al marido, las mujeres acabaron cruzando esta frontera imaginaria de represión e integrándose plenamente en un espacio que durante años les estuvo vetado. En los años que ejerció de pensión, por las habitación de Casa Calvo pasó un buen número de folclóricas y de artistas,que descansaban allí tras la actuación. Mercè Calvo recuerda especialmente la visita del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que se pidió para desayunar un chocolate y “un pa torraet”, mientras conversaba con los miembros de la familia.
Con el cierre de Casa Calvo, Muro pierde algo más que un magnífico establecimiento hostelero. A las callejas del centro urbano de la localidad se las deja sin un auténtico corazón social y la oferta gastronómica murera ve desaparecer uno de sus buques insignia. Mientras se llora la pérdida con una nostalgia recién estrenada, crece el convencimiento de que en la historia de las gentes y de los pueblos juegan un papel muy importante esos lugares sencillos y cercanos, como Casa Calvo, en los que se desarrollan los pequeños y los grandes acontecimientos de la vida.