“Qué no saps que soc d’Alcoi?”
Cuando se accede a la Catedral de Valencia por la puerta de los Hierros, la primera capilla que se puede contemplar a mano derecha, es la de los Covarrubias, dedicada a San Sebastián, donde destaca el imponente lienzo del mártir realizado por Pedro de Orrente, el cual preside el retablo, mientras a los laterales se observan los sepulcros de don Diego de Covarrubias, marqués de Albaida y su esposa doña María Diez de Covarrubias.
Pero justo delante de esta capilla, en el pavimento exterior a la verja que la cierra, se conserva una lápida que cada vez resulta menos inteligible, debido a la gran cantidad de personas que la han pisado (y la siguen pisando) a lo largo de los siglos, y que pasa prácticamente desapercibida para los visitantes. En ella, a duras penas, se puede leer lo siguiente:
«D. O. M. / Iacet hic / venerabilis Gregorius Ridaura Alcodiens / Valentin. Eccles. Beneficiarius r’ Qui / Charitatis, Humilitatis, Pauperlatis, castimo / nioe [o niae] eximius Cultor / Crucis mortificationern Semper in suo colpo / re circumtulit / infirma saepius valentudinc / Sortius animanr bonam, rerumque caelestium / apprimc studiosam. / Jugi virturum omnium execcitationc melio i rem reddidit. / Optimam possuit / Die XXVI Julii ann. R. S. MDCCIIV aetatis suae [o suoc] I’ LXllt / Perillustre hujus Metrop. Eccles. Capitulum / et Canonici i Piisimi Sacerdotis egregie dc sedeque Eccles. / meritii exuvias / e communi sepulchro / in hunc honorationem flrmulum Dom. Arch. / Decret. / transferri curarunt / Anno R- S. MDCCXLI’
Es decir: “Aquí descansa el Venerable Gregorio Ridaura de Alcoy / Beneficiado de la lglesia Valentina / el cual fue eximio cautivador de la caridad, humildad, / paciencia y castidad. / Siempre tuvo la mortificación de la Cruz en su cuerpo; / doblado por la vejez entregó su alma buena. / Anheló con toda su alma las cosas celestiales / Dio ejemplo”
Efectivamente. Allí descansa un humilde sacerdote nacido en Alcoy, que ocupó el beneficio de dicha capilla durante treinta años. El presbítero fue bautizado el mismo día en que nació (14 de mayo de 1641) en la Iglesia de Santa María, como Gregorio Juan Buenaventura Ridaura Pérez. Sus padres fueron Juan Ridaura y Vicenta Pérez, ambos procedentes de familias nobles de modesta fortuna, que frecuentaban el Convento de San Agustín para oír misa diariamente. Eran muy caritativos con los pobres y tuvieron más hijos. Al morir Vicenta, Juan Ridaura contrajo nuevas nupcias. Gregorio Ridaura de pequeño frecuentaba la iglesia de los agustinos y allí empezó a ensañarse a rezar. En 1655 su padre lo llevó a Valencia para que prosiguiera con sus estudios estableciendo su residencia en el Convento de San Agustín, donde tenía un hermano agustino. En Valencia inició su devoción por la Virgen de los Desamparados y por el Cristo San Salvador. Su director espiritual fue Domingo Sarrió (1609-1677), sacerdote del Oratorio de San Felipe Neri. Pocos años después estudiaría en la Universidad de Valencia, Teología, Escolástica y Moral. En 1661 ocupó una de las plazas de ‘fámulo’ (familiar) en el Colegio del Corpus Christie de Valencia, donde se encargaba de poner las mesas, los manteles, las servilletas, los platos, los vasos y los cubiertos, sirviendo las comidas y las cenas, encargándose también de despertar a sus compañeros a una hora bien temprana. Con sus estudios eclesiásticos concluidos, intentó presentarse a oposiciones para los ‘curatos’ que surgían, sin demasiado éxito. En 1774, cuando todavía no habían finalizado los segundos ocho años de beca en el Colegio el Corpus Christie, quedó vacante en la catedral un Beneficio creado por lo señores de Covarrubias, por lo que Gregorio Ridaura presentó una solicitud, acompañada del árbol genealógico que demostraba que entroncaba con el linaje de los fundadores de la capellanía. Tras las debidas comprobaciones, tomaría posesión canónica de la misma y sería ordenado sacerdote, con cien libras de beneficio, permaneciendo en dicha capellanía hasta su fallecimiento.
Le arrendaron una habitación en una casa en la plaza de la Seo. Los únicos muebles eran una cama de dos tablones de madera, un colchón grueso, una silla de esparto, una mesa y un pequeño arcón. En las paredes una imagen de Santa Ana y una ventana por la que nunca asomó la cabeza. También poseía un breviario que siempre portaba bajo el brazo. Rechazó la herencia de la dueña de la casa, por la que le dejaba en propiedad la habitación. Su vida ejemplar, dedicada a pobres y enfermos a los que visitaba y ayudaba, incluso a fallecidos en los cementerios, atrajo hacia su persona cierta veneración por parte de todo el pueblo de Valencia, incluidos nobles y eclesiásticos que intentaban hacerle regalos que siempre rechazaba. Sin tener obligación, barría diariamente la capilla de San Sebastián, dedicándose también a la oración ante el Santísimo Sacramento. En julio de 1704 su estado de salud empeoró. El día 24 no pudo celebrar misa pero sí pudo ir hasta la capilla de la Virgen de los Desamparados a orar. Al llegar a su casa, muy débil y enfermo, el médico aconsejó que recibiera la Extrema Unción, portando el viático desde la Parroquia del Salvador, puesto que la catedral ya estaba cerrada. Junto a él estuvo en todo momento su confesor y catorce personas que habían acudido a su casa y a los que les pudo dar su bendición. Llegada la una de la madrugada del día 26, festividad de Santa Ana, por la que sentía gran devoción, fallecería abrazado al crucifijo; tenía 63 años.
Al amanecer mucha gente acudió a su casa para venerarle y conseguir algún objeto personal como reliquia: crucifijo, rosarios, cilicios y otros instrumentos de penitencia, trozos de vestidos… Para evitar tumultos se decidió adelantar la hora del entierro, que se produjo el mismo día 26, para que la noticia no llegara a los pueblos del alrededor de Valencia, y así no acudiera tanta gente. El funeral se realizó en la catedral, duró dos horas y media, siendo su féretro portado por veinte beneficiados de la Seo, que lo sostuvieron sobre sus hombros durante todo el oficio, sin que tocara suelo. Tras la finalización, su cuerpo fue introducido en un ataúd con chapas de acero, y con su nombre; y éste, dentro de otro para mayor decencia, en señal de la gran estimación que toda la iglesia sentía hacia él. Y fue sepultado. Su fama de santidad se propagó por muchos vecinos de la ciudad y del Reino de Valencia, como así demuestra el hecho de calificarlo como Venerable. A pesar de su fama, bien entrado el siglo XX, nunca se abrió el proceso de beatificación. Se editaron grabados y estampas con su imagen, dada su veneración, la mayoría realizadas en el siglo XVIII. En Alcoy todavía una calle le recuerda pero pocos conocen su historia. Vivió en la extrema pobreza, entregado en cuerpo y alma a los demás. Jamás desdeñó su idioma natal, el valenciano, ni olvidó su alcoyanía. Cuando alguien le preguntaba cómo tenía tanta resistencia y ánimo para llevar esa vida tan pesada, decía: «Pues, no saps que soc d’Alcoi?”
Bibliografía
Enlace a la Página de Personalidades Notables de la Historia de Alcoy:
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