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El actor ante su reto
Gustavo Cardenal - 02/06/2014

Al fracaso se le opone el éxito. A la muerte, el afán rampante de la vida nueva. Al vacío existencial – un pozo telúrico lleno de sí mismo – no se le puede objetar nada. La nada es nada. No es nihilismo: es sólo nada. La orfandad del hombre en el mundo y ante la tarea onerosa de ir viviendo. Una soledad a la que sólo adjetiva la culpa. El pecado innominado. La tragedia en el fondo de cada cual. Un dolor insondable que no requiere de argumentos, que nada más necesita víctimas.

Una silla solitaria. Una estancia vacía. La ventana por la que dejar ir la mente blanca. Una platea todavía deshabitada. El actor ante su reto. Cargar sobre sus hombros grises la derrota del personaje, que es toda la derrota del mundo. Temor y duda. El reto. La osadía. Vivirse en otro, en un ser escrito. Darle cobijo en lo más hondo. Ser destruido por su culpa. Perder lo que él perdió. Añorar lo que él nunca tendrá. Ser otro, uno en el que se murió adentro la vida y lo dejó, solo y de pie, en un escenario.

¿Acaso escapar? Huir, apartar cálices. Pero nadie puede escapar de uno mismo. Huir es un itinerario de infiernos repetidos. Taparse los ojos sin párpados con las manos. Es imposible la evasión. Un rumor se desliza lento y creciente, pegado al suelo. Va ganando el espacio, va estableciéndose. La platea vacía es ahora un animal múltiple que respira, que mira, que espera. Temor y duda. El reto. La culpa, siempre la culpa. Y la derrota adensando el aire.

Y de repente se hace el silencio y el oscuro. Empieza a sonar quedo Chopin. Un cañón de luz atrapa al actor y entonces acaece el milagro. El personaje ya no es el personaje. Los asistentes ya no son el público. Es Juli Mira llevándose a la destrucción y destruyéndonos. El prodigio borrando las fronteras. La vida no se queda fuera ni abajo. La ficción no está dentro ni arriba. No hay escenario ni patio de butacas. Es presentación de la vida, no representación.

Palabras, palabras… Un torrente de palabras dicho a veces con vigor, a veces con desmayo. Un actor que gana el espacio, que lo ocupa y lo hace suyo con pasos que, como las palabras, a veces son vigorosos y a veces desmayados. El reto afrontado. Ya no cabe temor, ni duda. Ya sólo cabe la culpa, que es del personaje, del actor y nuestra. Juli Mira recibe sobre la geografía de sudor y ojeras de su rostro los escupitajos que lanza a un cielo que lo ignora. El drama, indistinguible de la vida, va adquiriendo naturaleza y verdad sobre las tablas y crece, arborece, se desborda. Y desde un Juli Mira estragado nos invade a todos. La vida no es una ficción, pero a veces la ficción sí es vida. Ni siquiera tiene que gustarle a uno el teatro. Basta con estar vivo, con ser otra cosa distinta de la butaca que ocupa.

Nota. La obra “Las manos de Eurídice”, interpretada por Juli Mira y dirigida por Ximo Llorens, se presentará en el Centro Cultural durante los días 7, 8, 14 y 15 de este mes de junio.

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