Si Alcoy fuera un poblado sioux, el campanario de Santa María sería el tótem alrededor del cual danzan los guerreros antes de entrar en batalla contra el Séptimo de Caballería. Esta modesta construcción religiosa es el eje de todas las geometrías alcoyanas, el palo mayor del barco, la presencia inevitable en todas las postales urbanas. Paco Grau nos traslada con su cámara a los diferentes ángulos de este omnipresente elemento arquitectónico y nos ofrece imágenes inéditas y sorprendentes de algo que está siempre ahí.
En algún momento de sus vidas, todos los alcoyanos se han hecho una fotografía de familia en la que aparece el campanario. Todas nuestras grandes celebraciones sociales y festivas giran, de una forma u otra, en torno a esta torre con reloj. Cuando cae una buena nevada, los fotógrafos aficionados acuden rápidamente a la plaza para retratar la puntiaguda silueta blanqueada y envuelta en nieblas. Las marcas comerciales utilizan esta imagen para reforzar su mensaje de alcoyanía y cuando alguien contempla la ciudad desde la altura de algún monte utiliza su cúpula como referencia para decir la frase obligada: «mira, aquello de allá abajo es Alcoy, se puede ver hasta al campanario».
Arquitectónicamente, esta construcción no es gran cosa. No estamos ante una joya del románico ni ante una delicada filigrana gótica. Nuestro campanario ni siquiera ha cumplido un siglo y ninguna guía turística lo cita entre los grandes atractivos de la ciudad. A pesar de todo eso, se ha consolidado como un elemento imprescindible de nuestro paisaje y los alcoyanos hemos acabado por cogerle cariño; eso sí, un cariño desapegado y un poco burlón como el que solemos gastarnos los vecinos este pueblo con todas las cosas presuntamente solemnes.
Las singulares relaciones de esta comunidad con su campanario han dado lugar a todo tipo de escenas inclasificables. Durante décadas envolvimos con bombillas luminosas la torre cada vez que llegaban las fiestas, dándole una extraña apariencia de nave espacial de feria, que era muy criticada por los visitantes foráneos y que a nosotros nos ponía el cuerpo de jota. En las épocas gloriosas de los circos ambulantes, los funambulistas colgaban de él los alambres y cruzaban la plaza de España por las alturas asombrando al vecindario, encantado de disfrutar gratis del espectáculo. Por mucho que la escena se repita, no hay castillo de fuegos artificiales que no nos emocione si las chispas de los cohetes y las palmeras se recortan en torno al perfil oscuro del campanario. Incluso hay más de un aficionado al psicoanálisis que no duda en convertir esta inocente construcción en un símbolo fálico cargado de delirantes teorías sobre la sexualidad de los alcoyanos.
El campanario está ahí, desde siempre. Paco Grau se ha dado una vuelta por la ciudad y lo ha buscado. El resultado de este recorrido es una galería de imágenes atípicas de un elemento arquitectónico sin el cual esta ciudad sería incomprensible.