Lo que fue un espectacular complejo de ocio ve pasar los años en medio del abandono y sufre las agresiones destructivas del vandalismo. Sala de fiestas, piscina, restaurante y punto de encuentro social en sus épocas más brillantes, este conjunto es ahora en un espacio muerto para la ruina y para la nostalgia.
El tiempo se paró en el Rancho Wilson. Entre paredes llenas de pintadas y acumulaciones de cascotes, parece esperar el milagro de una compleja resurrección. La desolación de las imágenes actuales tomadas por Paco Grau contrasta dolorosamente con las viejas fotografías llenas de vida de los buenos tiempos.
Estamos ante una obra tocada por un inevitable aire sesentero; con el aroma de una época en la que todo un país se abría tímidamente a la modernidad y se llenaba de bares, discotecas y salas de fiestas con nombres exóticos de obligada resonancia yanqui. En estos tiempos en los que se habla del turismo rural como la gran panacea para el desarrollo económico de las zonas de interior, el Rancho Wilson fue –a mediados de la década de los sesenta del pasado siglo- un innegable caso de anticipación. Un grupo visionario de empresarios de Alcoy y de Muro puso en marcha un ambicioso proyecto más propio de las zonas turísticas de la costa que de una comarca interior, que sesteaba en medio del aislamiento y de la placidez rural. En unos terrenos ubicados en el cruce de la antigua Nacional 340 con la entrada de Muro, se levantaba un espectacular complejo dedicado al ocio, que rompía con todo lo existente y que generaba una fuerte expectación hasta en el último rincón de El Comtat, l’Alcoià y la Vall d’Albaida.
Eran otros tiempos y la gente peregrinaba al Rancho durante los fines de semana de verano para poder disfrutar de una infraestructura turística innovadora, que rompía todos los moldes. Era casi un parque de atracciones en el que no faltaba una gran piscina, áreas para los niños, servicio de restaurante y bar. Para completar la oferta, disponía de instalaciones para ofrecer conciertos y actuaciones musicales, de las que se mantenía una programación estable durante las épocas veraniegas y en la primavera. Por el escenario del Rancho pasaron todos los grupos de rock locales y durante una larga etapa de su historia actuaron artistas de talla nacional, desde Camilo Sesto, a los Pecos, pasando por Luis Aguilé. Para la historia de la comarca, han quedado también los recitales que ofreció en este recinto Lluis Llach, que en plena Transición Democrática reunió a miles de personas deseosas de encontrarse con un artista de culto a cuyas actuaciones en directo era muy difícil acceder fuera de Cataluña.
Durante casi tres décadas, el Rancho Wilson ejerció de punto de encuentro para la gente de Muro y de toda la comarca. Bailes nocturnos, jornadas dominicales de piscina, celebración de bodas y de todo tipo de acontecimientos encontraron un especial realce con este espacio singular y único. Aquel complejo de nombre americano se hizo un lugar en la agenda festiva y social de un área geográfica en la que no existían este tipo de establecimientos.
Luego, la vida fue cambiando poco a poco. Aquellos años dorados fueron perdiendo brillo en un mundo en el que la gente viajaba en vacaciones, en el que no existía ninguna casa de campo sin su correspondiente piscina y en el que el furor por las discotecas fue borrando del mapa a la música en directo. Fue una decadencia lenta, que culminó con el cierre a finales de la década de los noventa del pasado siglo. Fracasaron todos los intentos para devolverle la vida y el Rancho Wilson se quedó ahí, parado en un cruce a los pies del Puerto de Albaida, como un entorno misterioso y desconocido del que sólo hablaban los más mayores a la hora de contar batallitas de juventud.
Aquel emporio sesentero se fue transformando lentamente en lo que es en la actualidad: un paisaje de ruina, en el que el paso del tiempo ha tenido unos efectos letales. La vieja piscina vacía, antiguos columpios llenos de herrumbre, la barra del bar acumulando polvo y un gran salón de banquetes vacío y lleno de cascotes le dan a este conjunto un aire de misterio amenazador y provocan los recuerdos más tristes en aquellas personas que lo disfrutaron en sus épocas más gloriosas. El vandalismo destructivo no ha tenido piedad y apenas sí quedan cristales sin romper, paredes libres de pintadas o elementos de metal sin arrancar.
Aunque sus actuales propietarios todavía sueñan con una posible reapertura, recuperar un negocio de aquellas características resulta especialmente complicado en unos tiempos en los que se ha producido un drástico cambio de las costumbres. Sólo la actuación valiente de una administración pública, deseosa de darle nuevos usos a este enorme solar, ubicado en un punto especialmente estratégico, podría devolverle la vida a una obra que ejemplifica, como ninguna otra, la capacidad de esta comarca para arriesgarse en proyectos innovadores e imaginativos.