Los niños se asomaban por las ventanas y ante sus miradas atónitas se perfilaba un infierno siderúrgico de máquinas gigantescas y de cataratas ardientes de hierro colado. Aquella manzana industrial era un universo mítico por el que se movía un pequeño ejército de obreros con mono azul. De repente, un día, aquel espectáculo se acabó. Las implacables leyes de la economía echaron a decenas de trabajadores al paro y convirtieron aquel escenario de vida en un lugar muerto. El tiempo se paró en Rodes y desde hace casi cuarenta años esta ciudad convive con este testigo incómodo de su pasado más glorioso.
Paco Grau ha hecho un viaje a las entrañas del monstruo. Su galería de fotografías de esta antigua fundición discurre entre el detalle y los ángulos más impactantes y monumentales. Es un recorrido que le ofrece al lector una oportunidad única: contemplar, sin ningún tipo de filtros, un lugar en el que la Historia se ha congelado. Han pasado casi cuarenta años desde el cierre de esta empresa, pero en algunas de estas imágenes parece que los trabajadores se hayan acabado de marchar. Las viejas máquinas, los enormes engranajes y los pequeños rincones de este conjunto arquitectónico singular acumulan el óxido y la herrumbre del tiempo y parecen esperar una mano mágica que las devuelva a la vida. El conjunto es una versión industrial y urbana de aquellas ciudades mayas invadidas por la selva tras la apresurada e inexplicable marcha de sus pobladores.
Este grupo de edificios industriales tiene otra singularidad importante: su ubicación, en pleno casco urbano y en una zona de la ciudad por la que cada día transitan miles de personas y de coches. Los alcoyanos llevamos casi cuatro décadas conviviendo con esta ruina, incluyendo en nuestra normalidad cotidiana la contemplación de este viejo barco naufragado en el océano de las crisis industriales. Miramos con cierta nostalgia a estas construcciones decrépitas, pero somos conscientes de que las leyes de la Historia y de la Economía son implacables y de que difícilmente puede luchar contra ellas una ciudad de 60.000 habitantes perdida entre montañas.
A lo largo de los últimos años no ha habido gobierno municipal que no se haya planteado la necesidad de recuperar este espacio para el uso ciudadano. Es un combate difícil, que choca siempre con la envergadura económica que tendría cualquier actuación rehabilitadora en un entorno muy deteriorado. La manzana de Rodes ha sido auditorio, parque empresarial, zona verde con centro comercial y hasta estuvo a punto de sucumbir ante la locura del boom inmobiliario. Ninguno de estos proyectos ha prosperado, todos han acabado por chocar con la dura realidad de unos tiempos en los que las arcas de las instituciones públicas han de afrontar las consecuencias de la crisis. El actual gobierno municipal ha decidido también enfrentarse con el reto y ha convertido la recuperación de Rodes en uno de los ejes principales de sus propuestas de futuro para la ciudad. Sólo cabe esperar a que nuestros actuales gobernantes triunfen donde fracasaron sus antecesores. Insuflarle vida a este centenario conjunto fabril es algo más que un mero proyecto urbanístico, ya que supondría devolverles a los habitantes de esta ciudad un buen pedazo de su orgullo perdido. Y eso, son palabras mayores.