No se escapa nadie. Pisos ruinosos en medio del casco antiguo, casoplones de postín en las zonas más nobles de la ciudad, negocios emblemáticos, efímeras aventuras comerciales fallidas y hasta alguna institución local que creíamos indestructible. Todos han sucumbido ante el ignominioso cartel de “Se vende”, todos han pasado a formar parte de esta galería callejera de la crisis. Paco Grau se ha dado un paseo por esta ciudad en venta y nos ha hecho su personal retrato de un escenario urbano subastado por las inmobiliarias a precio de saldo.
Los carteles de “Se vende” nos hacen la crónica económica y social del Alcoy de los últimos años. Aquí, no valen ni los amaños ni los maquillajes de las estadísticas. Su escueto mensaje nos ofrece un relato fidedigno de cómo funcionan las cosas en esta ciudad. Resulta imposible darse una vuelta por las calles alcoyanas sin encontrarnos de bruces con estos incómodos testigos del pasado. Cada semana crecen en número y en algunos puntos más complicados se acumulan inútilmente, en un intento desesperado de convencernos de que vale la pena llamar a un teléfono móvil para comprar aquel piso o aquel bajo comercial en los que alguien fracasó.
Hay de todo. Miles de pisos sin ocupar en todos los rincones de la ciudad, en una situación que nos recuerda cada día que la burbuja inmobiliaria también se pinchó en Alcoy. Entre polvo, carteles y persianas bajadas nos encontramos con el triste final de emblemáticos comercios o de bares imprescindibles, que un día decidieron arrojar la toalla ante el letal empuje de la recesión. También hay restos de breves aventuras empresariales, que chocaron con la realidad y que apenas duraron unos meses, llevándose las ilusiones y los dineros de sus dueños.
Por desgracia, los alcoyanos lo tenemos muy sencillo. Cuando un político quiere embaucarnos con presuntas recuperaciones económicas o con milagrosos finales de la crisis, nos basta con cogerlo del pescuezo y darle una vuelta por las calles de la ciudad. La macabra cartelería de “Se vende” o “Se alquila” nos demuestra rápidamente que la luz al final del túnel está todavía muy lejos. Estos amenazantes avisos inmobiliarios se han convertido en verdaderos certificados de defunción económica y social. Hay calles enteras empapeladas, hay calles enteras que muestran señales irrefutables del rigor mortis urbanístico. Hay calles enteras que esperan inútilmente el milagro de una improbable resurrección.