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Los viejos tiempos del consenso
Javier Llopis - 25/03/2014

Joan Fuster presidiendo el salón de plenos de Alcoy, flanqueado por los representantes de todos los partidos políticos (desde el PSOE, a la UCD, pasando por el PCE). Son viejas imágenes de los tiempos del consenso. En este Alcoy abrasado por la crisis y por las miserias de la división política, las fotografías de la primera legislatura democrática nos devuelven a unos escenarios más ingenuos, en los que la frescura democrática todavía no había sido asfixiada por el corsé de las encuestas, de los asesores de imagen y del corto plazo.

Eran días tan duros como los actuales, pero con una dosis de ilusión que ahora ha desaparecido de nuestra escena pública. Paco Grau, veterano de todas las batallas periodísticas alcoyanas, hizo una impagable crónica gráfica de aquella época.

Apelar al espíritu de la Transición se ha convertido en un tópico del debate político español. Está época de acuerdos sociales y de consensos entre partidos se ha mitificado, hasta convertirse en una especie de edad dorada de la política, a cuyo relato se recurre cada vez que el país se enfrenta a una situación especialmente angustiosa. Si a nivel nacional este proceso presentaba numerosos puntos oscuros que hacían necesaria una revisión histórica; a nivel alcoyano, se puede afirmar sin temor a caer en la exageración que la legislatura municipal que discurrió entre 1979 y 1983 fue un periodo de tiempo ejemplar, en el que la clase dirigente alcoyana hizo una espectacular demostración de patriotismo y de entendimiento, que cosechó alabanzas en toda España y que convirtió la fórmula Alcoy en un ejemplo exportable a otros ayuntamientos.

Aunque ahora nos parezca increíble, hubo un tiempo en el que el Ayuntamiento de Alcoy estuvo gobernado por una gran coalición, formada por representantes de todos los partidos: PSOE, PCE y una UCD, en la que se agrupaban personajes del centrismo liberal y de la derecha más clásica. La democracia aterrizaba en una ciudad atenazada por una grave crisis industrial y con unas infraestructuras arruinadas por la falta de inversiones públicas. Cuestiones tan básicas como el suministro de agua potable estaban en situación de riesgo, mientras barrios enteros se derrumbaban por la ausencia de un mínimo planificación urbanística. La respuesta política a esta terrible situación fue un gobierno de concentración, en el que representantes de de todas las formaciones políticas llegaban a un gran acuerdo: convertir la recuperación de la ciudad en una prioridad absoluta, dejando a un lado los intereses partidistas. Aquel gran pacto se personificó en tres figuras claves de nuestra historia política local, José Sanus, Vicente Boronat y Josep Albert Mestre, pero no habría sido posible sin la existencia de una convergencia absoluta entre las direcciones de los partidos y sin el apoyo de toda una sociedad, que se subió entusiasmada al carro de la regeneración.

No es nostalgia. Contemplada desde la distancia, aquella primera legislatura presenta un balance difícil de superar. No hay grandes obras, no aparecen por ningún lado esas postizas fotografías inaugurales a las que tan dados son los políticos de ahora; lo que sí nos dejan aquellos cuatro años son un legado de esfuerzos, de concesiones mutuas y de altura de miras sobre el que se han basado algunos de los mejores momentos recientes de Alcoy. Es una página imprescindible de nuestra historia, un espejo en el que de vez en cuando deberíamos mirarnos.

En estos días, en los que Alcoy se enfrenta a una de las peores crisis económicas de su historia y en los que la ciudad se ve obligada a repensar su modelo de desarrollo, resulta inevitable echarle una mirada a aquellas viejas fotos en blanco y negro. En estos días, en los que las divisiones políticas han convertido el salón de plenos en un furioso guirigay, incomprensible para la ciudadanía, valdría la pena reflexionar sobre los métodos de aquella primera corporación municipal, que supo pilotar la nave de Alcoy en medio de un escenario lleno de obstáculos y de riesgos. En estos días de desencanto y desprestigio de la clase política, aquel ayuntamiento de voluntariosos novatos nos ofrece un modelo que sigue siendo válido a pesar del paso de los años; nos señala que cuando un grupo de personas decide implicarse en una causa común, es posible encender la llama de ilusión y embarcar a toda una sociedad en un proyecto de ciudad.

El pasado está lleno de grandes y de pequeñas lecciones. Aquellos albores democráticos nos ofrece un tratado completo, en el que la palabra política aparece escrita con letras de oro.

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