Es un ritual irrepetible. Una de las piezas más singulares de la Semana Santa de la provincia. La procesión de la Santa Cruz recorre cada Miércoles Santo las callejas del casco antiguo de Alicante abarrotadas por miles de espectadores. Desde las alturas de una ermita y con el mar siempre de fondo, el desfile le ofrece al espectador la oportunidad de encontrarse con una mágica combinación de fervor religioso y de tradición popular. Paco Grau nos cuenta los detalles.
Calles blancas, cuestas imposibles, explosión de color de geranios en las fachadas, banderas en los balcones y ríos de gente nerviosa esperando que llegue el gran momento. La procesión de la Santa Cruz de Alicante es una cita imprescindible para cualquier persona que ame las celebraciones populares y la exaltación de las tradiciones. Es una joya de altísimo impacto visual, que tiene su principal argumento en su escenario: las calles blancas del casco antiguo de la capital, cuajadas de recodos imposibles y de rincones de insólita belleza.
Miles de personas acuden, desde primera hora, a buscar un buen lugar para asistir a este desfile procesional. Un barrio entero vuelve a la vida cada Miércoles Santo y se pone sus mejores galas, para acompañar a los tres pasos. La brisa primaveral envuelve a esta antigua ceremonia, mientras los costaleros hacen maniobras casi milagrosas para que las imágenes vayan cubriendo un recorrido hecho de callejas estrechas y de cuestas empinadas. El público, que ocupa hasta el último rincón, aclama con sus aplausos esta continua exhibición de esfuerzo, habilidad y sacrificio.
La procesión de la Santa Cruz le ofrece al espectador la posibilidad de recuperar en todo su esplendor uno de los barrios más hermosos de una ciudad, Alicante, que tiende a disolverse en un urbanismo impersonal e especulativo. Estas calles blancas son como de otro mundo y por ellas desfila cada año una celebración religiosa y popular marcada por su impresionante autenticidad.