Alcoy se convirtió durante un corto periodo de tres horas en el escenario central del gran drama de la política valenciana. El abismo existente entre la ciudadanía y el actual gobierno de la Generalitat se puso en evidencia durante los actos inaugurales de los puentes Batoy-Santa Rosa y Viaducto-Zona Norte, en los que el presidente Alberto Fabra se movió protegido por un desproporcionado despliegue policial, que convirtió una cita para la celebración colectiva en un estúpido juego de despropósitos, que tenía como único objetivo impedir que los espectadores se acercaran al mandatario autonómico.
Nunca en la reciente historia de la ciudad se había vivido una situación semejante. Las fotografías de Paco Grau nos muestran, desde la fuerza de blanco y negro, la cara no oficial de esta tristísima jornada.
En Batoy vimos un espectacular desembarco policial y en el Viaducto pudimos asistir a una operación de estrategia perfectamente planificada. En los dos casos, el objetivo era el mismo: lograr que la inauguración de dos infraestructuras construidas para la gente, se celebrara sin gente. El momento “histórico” se reservó para un reducido grupo de privilegiados (políticos, dirigentes empresariales y periodistas), mientras se marginaba al público, apartado a una “prudente” distancia por un disuasorio cordón de policías. La maniobra, pensada para proteger a Alberto Fabra de las protestas de diferentes colectivos ciudadanos, conseguía encrespar los ánimos y provocaba la ira de unos espectadores, que se sentían engañados por las autoridades autonómicas.
Fue un día atípico, de tensiones, pancartas e insultos gritados desde la distancia. La obsesión de la Generalitat por evitar los incidentes que se han producido en otras comparecencias públicas de Fabra, acabó transformándose en un auténtico gesto de desprecio hacia la ciudad de Alcoy. Los colectivos que acudían a la cita para expresar lícitamente su crítica a la gestión del PP y los ciudadanos que fueron a título particular para asistir a la apertura de dos nuevos puentes chocaron con una muralla de prohibiciones, que privaba de cualquier sentido un acto teóricamente convocado para mostrarle a la ciudadanía los resultados de la acción de un gobierno.
La tradición manda que tras la inauguración de un puente, el séquito de las autoridades haga un recorrido protocolario a pie y que tras ellas vaya una multitud de vecinos, deseosos de estrenar esta obra pública. Tanto en Batoy como en el Viaducto, estas escenas fueron vetadas por decreto ley. El acto oficial se celebró con una pequeña comitiva enjaulada entre vallas metálicas y policías y a la gente había que buscarla por laderas y bancales. Improvisados observatorios, desde los que expresaron sus sonoras protestas hacia un presidente de la Generalitat que huía del lugar de autos escondido tras los cristales tintados de su coche oficial.
Un día para olvidar.