Es un mundo lleno de rituales, en el que la creencia religiosa se entrecruza con la costumbre. Cada tarde de procesión nos coloca ante un pequeño universo estético lleno de detalles propios y de complicidades adquiridas, que se repiten a través del tiempo y que le ofrecen al espectador un catálogo inagotable de ángulos inéditos de las calles y de sus gentes. Paco Grau ha hecho su crónica personal del Corpus alcoyano y nos deja un puñado de fotos en las que se refleja esta particular atmósfera.
Alcoy tiene un Corpus humilde, un desfile procesional modesto que se aleja de los grandes barroquismos que suelen marcar esta celebración religiosa en otros puntos de España, como Toledo o Valencia. Estamos ante una celebración casi ascética, que recorre las calles del casco histórico de la ciudad en medio de la placidez de un domingo por la tarde y sin el público multitudinario de las grandes ocasiones. A pesar de estos planteamientos, el Corpus alcoyano tiene sus propias claves y presenta una comitiva que con el paso del tiempo se ha ido enriqueciendo con nuevos elementos.
Por la calle pasa el peso de una vieja tradición. Niños de comunión, religiosas y devotos se unen a los grupos de danzas que han recuperado para Alcoy las señas de identidad del Corpus valenciano. Bajo el sol primaveral, el desfile discurre por unas calles tranquilas en las que se pueden oír con toda claridad las músicas y hasta los sonidos de los pasos.
En un magnífico reportaje gráfico, Paco Grau ha hecho un retrato personal y subjetivo de este ambiente tan especial. Ha hecho una crónica en imágenes de una tarde de domingo muy especial en la que la celebración de un evento religioso contribuye a transformar el paisaje urbano de una ciudad.