Eternamente amenazada por la cercanía de los festejos de Moros y Cristianos, la Semana Santa es una pieza atípica del patrimonio alcoyano. Un mundo de rituales, de pequeños detalles y de perspectivas inéditas, que ha sido recogido por Paco Grau en esta singular galería fotográfica, que ofrece ángulos desconocidos de una celebración callejera que tiene su propia iconografía y sus imprescindibles referencias estéticas.
Al contrario de los grandes hitos del calendario alcoyano, la Semana Santa es una celebración que nunca se celebra entre multitudes. Las procesiones recorren un Alcoy tranquilo, por el que los espectadores pueden moverse sin dificultad y contemplar sin cortapisas hasta los detalles más pequeños del desfile. Son noches de silencios, rotos por el sonido de los tambores, por el esporádico canto de una saeta o por la dulce cadencia de una marcha procesional. Son luces tenues que rodean de misterio los gestos barrocos y dramáticos de las imágenes religiosas. Entre el Domingo de Ramos y la Procesión de Els Xiulitets, el centro de la ciudad acoge cada año una ceremonia sencilla, pero llena de sentimiento y de costumbres conservadas con mimo. Bajo los arcos apagados de la enramada festera, la Semana Santa alcoyana es un universo peculiar, con sus propias reglas y con sus propias tradiciones.
Aunque el tópico dice que la Semana Santa alcoyana está condenada a un eterno segundo plano por su proximidad con las Fiestas de San Jorge, la realidad nos viene mostrando últimamente que esta celebración vive en un continuado proceso de expansión, añadiendo cada año nuevos actos a su programa oficial. Es una celebración modesta, si la comparamos con el gigantismo de la Trilogía, pero que se mantiene y crece gracias a los esfuerzos combinados de cofradías y colectivos sociales y religiosos y a la presencia continuada de un público fiel.
A lo largo de esta semana de pasión, el paisaje de las calles del centro de Alcoy sufre una radical transformación y se convierte en el escenario de un rito de luces y sombras repetido en miles de rincones del país, en el que alrededor de las imágenes de los cristos y de las vírgenes se va creando una atmósfera irrepetible de fervores religiosos y de tradiciones repetidas a las que no se quiere renunciar. Desde la masiva Procesión del Silencio a la intimidad del desfile del Miércoles Santo, todos estos actos se celebran bajo una iconografía clásica y común.
El ciclo se cierra con la procesión de Els Xiulitets, ese acto en el que ya es imposible destinguir la Semana Santa de los inminentes festejos de los Moros y Cristianos. La ciudad abandona cualquier asomo de recogimiento religioso y se mete directamente en la celebración multitudinaria de sus días grandes. Son los contrastes de la primavera alcoyana, capaz de pasar con absoluta normalidad de los momentos íntimos a las multitudes.