He sido un fulano a un periódico pegado al sobaco toda mi vida adulta. El periódico era la biblia de la mañana, el oreo de una realidad más o menos tamizada, la certidumbre de que, al otro lado del café y de mis gafas, había vidas paralelas, cosas, eventos reales y verdaderos que alguien me contaba con más o menos destreza, con más o menos imparcialidad.
Casi siempre he considerado sagrada la letra impresa del periódico, tan auténtica, real y dignamente dispuesta como la bruma de los polígonos industriales con los que me topaba a diario o la fiera frialdad de las estaciones de ferrocarril o los semáforos atormentadores o el viento secante en las esquinas tangentes. Casi todas mis mañanas han estado gobernadas por el olor a tinta recién parida, el exquisito perfume del papel que, junto al café, me hacían sentir un tipo dulcemente vivo y medianamente documentado.
Pues ¡a tomar por culo el periódico en papel! Se acabó. Los grandes han claudicado. Todos. En los últimos tiempos, “El País” era mi consuelo. Parecía el último bastión de la resistencia pero, de pronto, una lengua lamerona, grande y empalagosa empezó a chuparle el culo al poder. Se acabó lo que se daba. Y se acabaron las mañanas en que la verdad bailaba bajo un epígrafe. Es triste que un periódico se convierta en mamporrero del gobierno pero es catastrófico cuando son todos los diarios del país los que ponen a huevo la jodienda adoctrinadora y los jodidos adoctrinandos somos nosotros, lo que hasta ahora pensábamos que no había nada más placentero, inocente y enriquecedor que sentarse uno a voltear hojas y opiniones con visos de imparcialidad antes de empezar a partirse la cara con las horas. Una de las primeras medidas de toda dictadura que se precie es hacerse con los medios de comunicación. Esta peña de buitres ya lo ha conseguido. Sólo falta que resuciten el Nodo para cantar sus propias hazañas y las de sus marquesonas. A la tele también le han metido mano con no poca aplicación y solvencia que, el otro día, nos pusimos mi chico y yo a zapear en busca de Bob Esponja y la pantalla parecía un solar negro adobado con las hierbas siniestras de la censura. A no sé cuántos canales le vimos la boca del túnel desdentada y negra como la pez. Uno de cine, entre ellos. Y no. Yo me planto. Yo no quiero que mi hijo viva el miedo que viví, que vivimos y que, de algún modo, vuelve a estar presente, garrotazo y tente tieso y chitón de tarabillas, aquí ¿quién manda…?
Para terminar: Aquí un ex -lector de periódicos después de un ex -votante. Por cierto: según las últimas y sesudas investigaciones de los más eximios propagandistas del régimen a Manolete no lo mató un toro, a Manolete lo mataron los cojones de Pablo Iglesias, el Coletas. Con un par, tron.