Se ha consumado lo que muchos no se atrevían a ver: que ni haber estado hace unos años en Segunda, ni ser cumplidores económicamente, ni el “fortín” del Collao, ni la moral o las puertas abiertas antes de los partidos son suficientes para mantenerse en una categoría si no hay una estructura sólida y una gestión, en todos los ámbitos, solvente.
El Alcoyano descendió de la misma forma en la que se ha desarrollado la temporada, de forma agónica. Los aficionados hemos tenido que sufrir tantas veces que el gol en el último segundo del Conquense se sintió más con resignación que con decepción.
Tampoco hubo gesta heroica en Vigo, ni mucho menos en la vuelta, que se jugó en casa, en el Collao. Volvimos a tropezar con la misma inoperancia futbolística que había caracterizado el resto de temporada. Más impotencia, más resignación.
Habíamos hecho un equipo a la imagen y semejanza de una aspiración inexistente, de una realidad borrosa e inverosímil. Habíamos creado una idea cimentada sobre tierras nada sólidas. Y encima ha sido en el año del 90 aniversario, que es lo de menos.
No ha ayudado el desarrollo de la pretemporada ni de la temporada, caracterizada por planear sobre un halo de sobreconfianza y de elusión de responsabilidades en todos los grados de responsabilidad: desde Vicente Mir afirmando que en dos temporadas tenía previsto que el equipo luchase por subir a Segunda; pasando por la nula dación de cuentas del Consejo de Administración del club o de los directivos; y terminando con la inmensa mayoría de los jugadores, a modo de anécdota, con afirmaciones como las de Braulio de “no bajamos ni de coña”, je je, ya veo.
La afición se pregunta quién será el que apague este incendio. Si los mismos que lo han provocado (quiero creer que de manera inconsciente e involuntaria), en caso de que sigan en el club. Y la otra pregunta es: las grietas existentes, ¿han causado daño estructural o con una pasada de cemento y pintura, bastará? Me refiero a la desafección de los seguidores, el descontento de los abonados, la nula conexión que ha habido entre jugadores y aficionados -el único que pidió perdón por el desastre al finalizar el partido contra el Celta B fue Bañuz que, por otra parte, es al que menos había que perdonar- o la falta de transparencia de la dirección, por señalar algunas.
El Alcoyano como síntoma de sueños rotos, de ilusiones chafadas…
Confío en que club y afición podamos a estrechar lazos como antaño. No hace falta recordar lo que nos costó recomponernos de aquel descenso de Segunda… y de los errores, deberíamos aprender.
Ahora, cada cual a trabajar en lo suyo. Se deben tomar decisiones y el Consejo de administración se ha puesto a ello: Jose Luís González será el nuevo secretario técnico. Conoce la base, la división y tiene experiencia acreditada. Se abre, por tanto, una oportunidad de darle minutos y protagonismo a la base, de gestionar con carestía a la vez que con racionalidad, a empezar a cuidar a los que de verdad quieren jugar en el Alcoyano, los que luchan por ello, los que entienden qué es jugar en este club y los que se comprometen con su trabajo de verdad.
Necesitamos jugadores con los que darnos cariño, cada cual en sus sitios: nosotros desde las gradas, ellos desde el campo.
Ser del Alcoyano nunca fue fácil, pero seguramente fue una de las elecciones más inconscientes que hayamos tomado en nuestras vidas, pero también una de las más acertadas.
En Alcoi somos expertos en crear oportunidades y éxitos donde nadie los ve. De encontrar en una anchoa y una aceituna, una mezcla deliciosa; de ver en la orografía una oportunidad para nuestras industrias con la ayuda del agua de los ríos; de organizarnos para crear una de las mejores fiestas en muchísimos kilómetros a la redonda; de crear desde la derrota, al equipo de la Moral -con mayúsculas-… y todo eso ha sido gracias a la sociedad civil, organizada, festiva, crítica, inquieta, con ilusión…
El Alcoyano como síntoma, pero también como solución.
El Alcoyano nos necesita, casi tanto como lo necesitamos a él.