Vivimos tiempos de permanente estado de alarma y este verano les ha tocado a los incendios forestales. El fuego ha arrasado uno de los paisajes más hermosos de la Comunitat Valenciana: los valles de la Marina Alta. Las llamas han destruido un irrepetible patrimonio natural y humano y nos han dejado un sentimiento que oscila entre la indignación y la pena. Ahí van unos cuantos apuntes estrictamente personales sobre el tema.
1-El paraíso perdido
Por algún extraño milagro, los valles de la Marina Alta (Gallinera, Ebo y Laguart) se habían salvado de todas las masacres territoriales que han asolado este país en las últimas décadas. Las autovías gigantescas, el cáncer de la depredación urbanística, el turismo salvaje y la agricultura intensiva pasaron casi de largo por estas hermosas tierras, que acabaron por convertirse en un último paraíso. Eran un punto de peregrinación para todas aquellas personas deseosas de encontrarse con un entorno rural en el que todavía se podían disfrutar los colores, los olores y los sonidos que nos conectaban con los orígenes de un país que hunde sus raíces entre bancales. Este mundo de cerezos, barrancos y aldeas moriscas se nos fue al garete en cuestión de horas. Un día maldito del mes del mes de agosto de 2022 el fuego arrasó sin piedad lo que la Naturaleza y los hombres habían tardado siglos en construir. En unas pocas jornadas se vistieron de negro unos rincones maravillosos, las llamas destrozaron el frágil equilibrio del paisaje y nos dejaron a todos esa dolorosa sensación -mezcla de pena y de indignación- que se produce cuando sufrimos una pérdida realmente irreparable
2-Está pasando algo nuevo
La catástrofe natural de los valles de la Marina Alta se puede incluir dentro de una nueva categoría de incendios que está volviendo locas a las autoridades encargadas de garantizar la supervivencia de los entornos naturales. En un momento en el que la práctica totalidad de las administraciones autonómicas han consolidado dispositivos relativamente adecuados para luchar contra estos siniestros, aparecen estos fuegos y rompen todas las previsiones. Las llamas avanzan a velocidades nunca vistas y en pocas horas arrasan términos municipales enteros. Se habla de incendios de sexta generación o de los incendios del cambio climático. Sea cual sea la respuesta a este dilema semántico, lo único cierto es que desastres como el de Vall d’Ebo presentan una seña distintiva: su envergadura y su capacidad destructiva superan ampliamente la capacidad de las infraestructuras tradicionales de lucha contra el fuego forestal. En Francia, en Portugal, en Castilla León y en la Comunitat Valenciana se ha podido comprobar este verano que está pasando algo nuevo. Fuegos muy virulentos se adueñan de las sierras en medio de un panorama climatológico aterrador y obligan a replantearse todas las estrategias que han funcionado hasta fecha.
3-La parada de los monstruos
El primer día en el que el incendio de Vall d’Ebo se consideró extinguido, las pequeñas carreteras de la zona se llenaron de turistas morbosos buscando un dramático selfie ante el terreno calcinado. La afluencia de mentecatos fue tal, que las autoridades pidieron que se redujera el paso de vehículos por el área incendiada, ya que se podían generar situaciones de peligro o entorpecer la lucha contra posibles rebrotes del fuego. Esta historia viene perfecta para explicar la accidentada convivencia entre este siniestro forestal y las redes sociales. Facebook y twitter cumplieron al pie de la letra su papel de vertedero emocional y político y apenas sí dejaron un resquicio para ejercer de servicio público. Durante los días que duró el incendio, las redes fueron una auténtica parada de los monstruos. Ecologistas de garrafón especializados en dar respuestas simples a problemas muy complicados; demagogos neocon, airados con el ecologismo radical que exigían que los pobres que cobran “paguitas” fueran mandados inmediatamente al monte (se supone que para actuar de cortafuegos humano); tipos que con el único bagaje de haberse comido un arroz al horno en uno de los pueblos afectados, se sentían autorizados a dar lecciones sobre estrategias de extinción; obsesos de la limpieza de bosques a los que sólo les falta exigir su asfaltado y en fin, una inacabable legión de furiosos indocumentados siempre dispuestos a presumir de su inexistente sabiduría y a descalificar con violencia cualquier versión de los hechos que no cuadre con su estupidez. Hace unos años, cada vez que había un incendio centenares de alcoyanos acudían al Ayuntamiento para ofrecer su ayuda; ahora tenemos una patulea gritona de insultadores de internet calentando con sus culos el sillón de su casa. Evidentemente, vamos a peor.
4-La estrella de la sensatez
Mientras avanzaba la catástrofe, el éter mediático se llenaba de tertulias de todólogos y de declaraciones vacías de los políticos. En medio de estos juegos florales de la nada; de repente, una noticia corrió por las redacciones como la pólvora: ahí, en Alcoy, hay un tipo que dice cosas muy interesantes y que plantea argumentos muy bien construidos. A partir de ese momento, Enrique Moltó se convirtió en una presencia constante en televisiones, radios, prensa escrita y publicaciones de internet. El hombre que todos los días nos despierta en Radio Alcoy para contarnos qué tiempo hará se transfiguró en cuestión de horas en una estrella mediática. El secreto de este éxito sorpresivo se puede resumir en dos palabras: sensatez y cualificación técnica. En medio de un mar de alarmismo y de pirotecnia pseudocientífica, Moltó opta por lo más difícil: hacer pedagogía. En vez de anunciarnos el apocalipsis, el climatólogo aprovecha la ocasión para llamarnos la atención sobre un mundo rural que se está derrumbando en medio de la falta de apoyos institucionales. Pone sobre la mesa una situación poco conocida para la mayoría de los mortales: esas masas de pinares, que muchos identificamos con la riqueza ecológica, son en realidad el fruto del abandono de miles de bancales, la señal del final de un sistema de vida y, por si esto fuera poco, representan una superficie forestal absolutamente ingobernable, cuya seguridad es casi imposible de gestionar. A Moltó hay que agradecerle el esfuerzo didáctico y el impagable detalle de poner un poco de sentido común en unos días en los que mandó la histeria y la tontería pura y dura.
5-Obligados a salir del bucle
La cosa funcionaba, más o menos, así: se incendiaba un paraje boscoso, a los pocos meses se procedía a retirar el material quemado, pasado un tiempo se efectuaba una repoblación, cuando los árboles nuevos crecían se producía otro incendio y el procedimiento volvía a la casilla de salida. Parajes como el Puerto de Albaida han sido escenario de este llameante bucle en dos o tres ocasiones a lo largo de los últimos 50 o 60 años. Otros entornos, como Mariola, han sufrido el mismo fenómeno pero en áreas más reducidas. Los incendios de este verano nos han situado ante la obligación moral de reflexionar sobre este círculo repetitivo y absurdo. Unos fuegos que se extienden con rapidez y con virulencia inéditas, dejando en evidencia las limitaciones de los medios de extinción, hacen necesario revisar el modelo tradicional de gestión de estas situaciones de alerta. Hasta ahora, el dinero público iba para limpieza de montes, personal de vigilancia y extinción y medios técnicos de lucha contra el fuego. Intervenciones como la de Enrique Moltó nos invitan a pensar en una nueva línea de estrategia y nos indican que no sería descabellado incluir dentro de este tipo de inversiones una partida de subvenciones para la recuperación de áreas tradicionales de cultivo, que llevan décadas abandonadas por falta de rentabilidad económica y que jugaban un papel crucial a la hora de frenar los grandes siniestros forestales. Parte de los millones que destinan las administraciones públicas a revitalizar la España Vaciada se podrían destinar a este segundo frente de lucha contra el fuego. Por decirlo de una manera directa, se trata de evitar que los atractivos naturales que se presentan en estas potentes campañas institucionales de promoción del turismo rural acaben convertidos en carbonilla.