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Punto de vista
En el lecho de dolor
Diario culpable y cabreado de un alcoyano que dio positivo
Javier Llopis - 18/01/2022
En el lecho de dolor

Domingo 9 de enero, por la tarde. De repente y sin motivo justificado, empiezas a toser como un perro y ya no paras hasta bien entrada la madrugada. Te levantas baldado y con la sensación de que te ha pasado por encima la flota entera de los autobuses de la Paloma Gandiense. Avanza el lunes y la cosa va a peor: dolor de cabeza, escalofríos, torpeza general y mareos. Poco a poco, vas convirtiéndote en una masa amorfa con batín, que circula errática desde la cama al sofá. Metido hasta el cuello en la fase alma en pena, llega la mañana del martes y mandas a alguien a la farmacia para que te traiga un test de covid.  Despliegas sobre la mesa del comedor el inmenso folleto de instrucciones (tiene el mismo tamaño de uno de esos planos con banderitas que usaba el mariscal Rommel para ver los avances del  Afrika Korps), das lo pasos indicados y en el puñetero aparato aparecen las dos fatídicas rayitas que confirman que has dado positivo. Cumpliendo tu deber de ciudadano llamas inmediatamente a tu centro de salud para pedir socorro y para que te incluyan en las estadísticas de la sexta oleada del coronavirus. Pasadas unas horas, te llama por teléfono una médica amabilísima, que te hace las preguntas pertinentes con una velocidad y una puntería que sólo tienen los profesionales que trabajan en una atención primaria al borde del colapso. La doctora da un suspiro de alivio cuando se entera de que eres jubilado y de que no tiene que hacer ningún papel para la baja laboral, te fija una condena de siete días a régimen de paracetamol, te dice que vuelvas a llamarla si empeoras y acaba dándote ánimos y deseándote que te mejores.

Son las cinco de la tarde de un martes del mes enero y aunque estás hecho una mierda, no puedes evitar un puntito de orgullo al pensar que ya formas parte de una pandemia mundial. A partir de este momento, mirarás de otra forma las gráficas de los periódicos, consciente de que has puesto tu granito de arena para que los profesionales del sector de la infografía se luzcan haciendo esos cuadros de barritas de colores en los que Alcoy aparece siempre en un lugar destacado.

Llega el miércoles y la cosa mejora. Recuperas parte de tu legendaria agudeza mental: ya eres capaz de comprender con cierta fluidez la trama de un capítulo de Los Simpson que has visto unas 500 veces. Estás confinado y montas un sistema de supervivencia: un sacrificado familiar te deja comida y medicinas en el rellano y se lleva a cambio unas cuantas bolsas de basura acompañadas de algún lamento de dolor y soledad. A estas alturas, el estado de baldamiento general ha sido sustituido  por un extraño catarro compuesto por estornudos violentos y descontrolados acompañados por una intensa actividad moqueante que acaba con las reservas de pañuelos y que te deja la nariz de un brillante color rojo, sólo comparable al de uno de esos simpatiquísimos borrachuzos irlandeses que aparecen en las películas de John Ford.

El jueves empieza a llegar algo parecido a la normalidad. Metido en tu arresto domiciliario, es el momento de reflexionar y de entonar aquella pregunta que se hacían los padres de la chica de la canción que se escapó con un trompetista de la vecindad: ¿en dónde he fallado?. Al ser natural y vecino de Alcoy, este interrogante se puede sustituir por otra pregunta mucho más pertinente: ¿en qué momento del entrañable ciclo festivo del Nadal Alcoià la he cagado?. Toca repasar la agenda de la parte final del mes de diciembre y de la primera semana de enero. Como buen patriota practicante del “Festa que li parla al cor…” has asistido puntualmente a les Pastoretes, al Bando y a la Cabalgata. Mascarilla en ristre has disfrutado con tus conciudadanos de estos actos recuperados, pero has sido incapaz de captar la sutileza del mensaje del Ayuntamiento, que mientras organizaba actos multitudinarios en la calle  recomendaba al personal evitar las aglomeraciones y actuar con máxima prudencia. Además de cumplir con las tradiciones atávicas alcoyanas, has hecho la tradicional ronda de compras compulsivas navideñas recorriendo decenas de grandes, pequeños y medianos comercios, has tomado algunas cañas con los amigotes en la Plaça de Dins y has participado en el programa completo de comilonas familiares, ya que no había ninguna limitación oficial al respecto.

Tras este exhaustivo viaje al pasado reciente, llegas a una conclusión irrefutable: he  hecho todas las tonterías habidas y por haber para verme infectado por el virus. De inmediato, te preguntas porqué has actuado con tal  grado de irresponsabilidad y la respuesta es contundente: la doctrina oficial (la que suena insistentemente por las teles, los periódicos y las radios) te decía que las vacunas te convertían en un ser indestructible y que el omicron no iba más allá de una pequeña gripe. Tú te has creído la doctrina oficial como un pardillo y ahora estás pagando con dolor las consecuencias de tu ingenuidad.

Pasan los días y se va despejando la niebla de la enfermedad. Dedicas más tiempo a leer periódicos, a escuchar informativos y a hablar por teléfono con amigos. Poco a poco, te das cuenta de que  la sexta oleada del covid ha vuelto a pillar en bragas a las autoridades competentes. A nivel nacional, a nivel autonómico y a nivel local crece la sensación de caos al mismo ritmo que crecen las cifras de infectados. Si las vacunas han salvado de momento el desastre en los hospitales, el sistema de atención primaria está reventado. Ante tal acumulación de incompetencia, hace fortuna un nuevo concepto político: el autocuidado, una versión floreada del clásico “¡arreglátelas cómo puedas, que nosotros no tenemos ni puta idea!”.

Miras hacia los partidos de la oposición en busca de consuelo y te encuentras con que los principales dirigentes del PP, única alternativa real de Gobierno, han dejado de hablar de pandemias y por alguna extraña razón que se te escapa (hay un hueco noticioso en los días peores del covid) dedican sus jornadas a hacerse fotografías con todo tipo de animales comestibles, ya sean vacas, cerdos, corderos o pollos tomateros. Aunque cueste creerlo los estrategas de la derecha española han llegado a la conclusión de que éste era una buen momento para dejar de hablar de sanidad y para preocuparse por el futuro de la ganadería.

Sensación de desánimo. Para recargar las pilas, te pones en bucle todos los capítulos del “Ala Oeste de la Casa Blanca” y sueñas con un país gobernado por la presidente Bartlet.

Fin.

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COMENTARIOS

  1. María Luisa says:

    Muy ingenioso…! He leído tu relato al completo. Lamento que hayas sido de los desafortunados, pero que estás mucho mejor. Yo me he librado. Para el próximo invierno, empieza en Octubre, tomando Propóleo. Se compra en herboristerías, te proporciona defensas para combatir y hacer frente a toda clase de bicho. En Marzo lo dejas para tomar la energía del sol que nos ofrece la primavera y el verano.
    Te deseo todo lo mejor. Una alcoyana desde Valladolid.

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