Contemplando algo que se parece sospechosamente al inicio de la Tercera Guerra Mundial, tras soportar una pandemia que ha dejado miles de muertos y que ha arruinado la economía, después asistir en rabioso directo televisado a las destructivas erupciones de un volcán y tras asumir con normalidad el periodo de mayor inestabilidad política desde los años de la Transición, se puede afirmar que el ciudadano medio de este país se está viendo sometido a un volumen de estímulos externos para el que no estaba preparado. Si a esto le añadimos la existencia de un sector periodístico hundido en una grave crisis de credibilidad, en el que la información se está viendo desplazada poco a poco por el espectáculo o por la descarada manipulación política, el resultado es una inmensa multitud de tipos desorientados, que oscilan entre la inhibición más suicida, el cabreo permanente y el pánico de toda la vida.
La vieja maldición china de “Dios te haga vivir tiempos interesantes” se está cumpliendo al pie de la letra en el periodo de tiempo que va entre 2020 y 2022. La acumulación de acontecimientos negativos e impactantes supera con mucho a las previsiones de los agoreros más catastrofistas. Nadie –ni los gobernantes ni lo gobernados- estaba preparado para tal sucesión de desastres. Organizar el enorme y contradictorio caudal de sentimientos que generan todos estos sucesos es una tarea complicada y la mejor prueba de ello es que hay lista de espera para los gabinetes de atención psicológica.
El espectador medio de los informativos de la tele se ha acostumbrado a recibir cada día una buena ración de material de altísimo voltaje. En unos pocos meses, hemos visto desfilar por nuestras pantallas UCIs repletas de moribundos, ríos de lava arrasando pueblos enteros, colas de gente vacunándose, draculescos primeros planos de Putin, pesadillas nocturnas de helicópteros bombardeando ciudades inocentes y dimisiones vergonzantes de dirigentes políticos que hace solo unas semanas estaban consagrados para el triunfo. Todo va muy rápido y el sentido del tiempo empieza a notarlo: hay días en los que parece que la pandemia del coronavirus se inició hace una eternidad, cuando en realidad todavía no se han cumplido ni los dos años de aquel fatídico mes de marzo de 2020.
Por el bien de nuestra salud mental, se supone que algún día se detendrá este delirante carrusel de emociones La pregunta inevitable es ¿cómo estaremos cuando todo esto acabe?. Los profesionales del buenrollismo y los adictos a los manuales de autoayuda aseguran que saldremos mejores y más solidarios de este durísimo tratamiento de shock. Por desgracia, estas almas benditas no tienen ni un argumento sólido para fundamentar su alegre profecía. La realidad, en principio, se presenta mucho más complicada: la magnitud de la paliza recibida por esta sociedad es tal, que será necesario un buen periodo de recuperación. Aquella frase que decía que “todo lo que no te mata te hace más fuerte”, admite múltiples lecturas entre las que no habría que desdeñar construcciones más realistas del tipo “todo lo que no te mata te puede dejar baldado”.