La cosa en Alcoy funciona, más o menos así. Unos cuantos centenares de alcoyanos se visten con ropajes antiguos y circulan por la calzadas de las calles del centro con acompañamiento musical (tenemos de todo: moros deslumbrantes, pajes negros con gorrito rojo, guerreros medievales, reyes magos con toda la barba, amenazantes hordas de salvajes con tocados de calaveras o de cuernos de cabra y hasta pacíficos pastorcillos que acuden al portal de belén con versos de Joan Valls). Mientras tanto, miles de alcoyanos vestidos de persona normal se agolpan en las aceras, hacen plantones o sentadas de horas para disfrutar de aplaudir a los disfrazados, que suelen ser hermanos, primos o conocidos de los espectadores.
El ritual se repite haga frío o calor en unas fechas concretas del año y si la cosa da de sí, se convierte en una trilogía y pasa de forma inmediata a convertirse en una pieza fundamental del patrimonio festivo y cultural de la ciudad. Hay que señalar que bajo este epígrafe algo pomposo se esconde una realidad incontestable: este tipo de manifestaciones callejeras nos vuelven locos a los habitantes de este dichoso pueblo, nos sacan a la calle en multitudes, nos hacen gastar millones de euros y sacan de nosotros nuestras mejores cualidades creativas y organizativas. Dicho en plata, durante tres días lo damos todo.
Si el asunto de las Fiestas de Moros y Cristianos hunde sus orígenes en la noche de los tiempos. La explosión del ciclo navideño recibió su empujón definitivo en el tramo final del pasado siglo, cuando el Ayuntamiento de Pepe Sanus encontró la fórmula mágica para implicar a amplios sectores de la población en actos como el Bando, la Cabalgata y les Pastoretes. Los más viejos del lugar todavía se acuerdan de cuando los malditos de los actos epifánicos eran encarnados por sufridos soldados del Regimiento Vizcaya, que aceptaban el marrón (hoy es un honor muy disputado) de vestirse de antorchero egipcio a cambio de unos días de permiso o de la eliminación de un arresto.
A lo largo del tiempo se han hecho innumerables intentos por ampliar el catálogo de trilogías. Hubo quien quiso hacer fallas, se hicieron considerables esfuerzos institucionales para potenciar la Semana Santa sin conseguir en ningún momento que la celebración alcanzara niveles multitudinarios, se montó un carnaval en plena Cuaresma, se hincharon con muchos actos de calle las celebraciones del 9 d’Octubre y también se han dado pasos importantes para cargar el programa en honor a la patrona la Virgen de los Lirios. A la vista de todos estos intentos frustrados, todo nos conducía a pensar que Alcoy había agotado su capacidad para asumir más trilogías. Esto no da para más: una en Navidad, otra en primavera y hasta aquí llegó la nieve festivalera.
Y en esas estábamos hasta que llegó el Modernismo. El masivo éxito de la Semana Modernista, impulsada desde el Ayuntamiento, nos coloca ante lo que podrían ser los albores de una nueva trilogía. Aparecen todos los ingredientes necesarios para que funcione el invento: gente que desfila disfrazada por la calle, gente vestida de normal que les aplaude, participación multitudinaria a los dos lados de la barrera, grupos de disfrazados que organizan comidas, cenas y vermús en bares y restaurantes, la Plaça de Dins llena a rebosar, bandas de música arriba y abajo, modistas con la agenda llena para hacer trajes, peluquerías petadas para hacer peinados de los felices veinte y el centro de la ciudad puesto patas arriba por una celebración cuyo punto culminante se concentra en tres días.
Dos años es muy poco tiempo para saber si este festejo acabará cuajando y metiendo cabeza en ese selecto club que forman los Moros y Cristianos y el ciclo navideño. A la vista de los espectaculares resultados obtenidos, todo parece indicar que estamos ante una cita que tiene voluntad de consolidarse. La respuesta popular así nos lo dice y si ningún político del futuro la caga, tendremos modernismo para rato. Nadie quiere desaprovechar una ocasión de salir a la calle, de encontrarse con sus convecinos y de pasarlo bien. El equipo que dirige Toni Francés está a punto de pasar a la Historia como el introductor de la tercera trilogía alcoyana; una trilogía de otoño con damiselas lánguidas vestidas de Mary Poppins, con sufraguistas de sombrerito y con señores vestidos como figurantes de una película de cine mudo.
Para otro día quedan las reflexiones. A los alcoyanos nos gusta vestirnos de lo que no somos y rendir multitudinarios homenajes a nuestro pasado. Cualquier psiquiatra haría maravillas con esos dos conceptos; que por si alguien no se había fijado, están presentes en todos los festejos populares de todas las ciudades y pueblos del mundo.
Foto: Paco Grau