Una imagen triste para cualquier persona con sensibilidad urbanística: la desaparición de las terrazas de bar y el regreso de los coches a las calles damnificadas por la sentencia judicial que anula el plan de peatonalización del centro de Alcoy. La radical transformación de estos rincones de nuestro paisaje urbano sólo puede valorarse cómo lo que realmente es: un nuevo clavo en el ataúd del casco histórico alcoyano, un paso más hacia el abismo de la conversión de esta zona en un escenario muerto hecho de solares vacíos y de carteles de se vende. Se había apostado por la hostelería para recuperar este degradado entorno urbano y la retirada de las mesas de las calles afectadas nos confirma que la apuesta se ha perdido con toda claridad.
¿Quién tiene la culpa de este desastre?, ¿quién es el responsable de una situación que llevará a la ruina a numerosas pequeñas empresas hosteleras y que paraliza sine die cualquier iniciativa para reducir el tráfico rodado en la zona?.
La respuesta a estas dos preguntas tiene a un primer protagonista: el gobierno municipal de Alcoy, que ha cometido grandísimos errores al elaborar a la ligera un plan urbanístico de gran importancia estratégica. La principal culpable es, sin ningún género de duda, una concejalía de Movilidad que no ha sabido aprovechar el inmenso poder que tiene un Ayuntamiento para proponer y negociar una alternativa factible y sólida, capaz de convencer a los sectores más reticentes y de superar el reto de una denuncia judicial. Todo ha salido mal en esta actuación de la corporación municipal alcoyana y lo que más sorprende es la ausencia de repercusiones políticas. Dimitir sigue siendo un nombre ruso para nuestra clase política y los mismos que la cagaron con la primera propuesta de peatonalización se encargarán (así nos lo quieren hacer creer) de pilotar un segundo intento en el que no confía casi nadie.
Hay que señalar, sin embargo, que resultaría simplista y falso explicar este problema apelando únicamente a la incompetencia de una determinada administración pública. Aquí, en Alcoy, pasa algo raro con las propuestas para peatonalizar las calles del centro. Desde las primeras corporaciones democráticas, gobiernos de todos los colores políticos se han estrellado cada vez que querían dar algunos pasos en la reducción del paso de vehículos por el casco histórico. El resultado está bien a la vista: Alcoy es una ciudad con un mapa de movilidad inverosímil en la que callejas estrechas que fueron diseñadas en el siglo XIX para el paso de carretas de caballos soportan un tráfico intenso que excede ampliamente sus posibilidades.
Se ha llegado a este punto de no retorno por una razón muy clara: la existencia de un significativo sector de ciudadanos del centro (vecinos, comerciantes y hosteleros) dispuestos a boicotear cualquier proyecto de peatonalización, venga de donde venga y proponga lo que proponga. En un ejercicio de egoísmo suicida, este grupo inmovilista actúa con rapidez y contundencia y hasta la fecha, ha sido capaz de frenar a todos los gobiernos municipales, asustados por las consecuencias políticas del rechazo o paralizados por una sentencia judicial como es el último caso. Defienden como un dogma de fe que el centro sin coches se convertirá en una ruina, como si esta parte de la ciudad no llevará ya varias décadas instalada en el perpetuo estado ruinoso. Incapaces de asumir la más mínima renuncia personal en pro del interés colectivo, este colectivo soporta sin problemas la conversión del casco histórico en un desolador Beirut de cascotes siempre que se pueda llegar cómodamente en coche a sus casas o a sus tiendas.
A lo largo de las décadas, los partidarios del coche han basado su doctrina urbanística en una falacia: se puede peatonalizar el centro sin generar ninguna molestia o limitación a las gentes que viven o trabajan en él. Su propuesta de solución es una cuadratura del círculo imposible, detrás de la cual se esconde el deseo de que la peatonalización sea una actuación mínima, casi simbólica.
Metidos durante décadas en un letal “entre todos la mataron y ella sola se murió”, la peatonalización del centro pasa por un cambio radical de actitud de gobernantes y de gobernados. Para empezar, habría que tener muy claro que se trata de la zona más noble y hermosa de la ciudad; un auténtico escaparate de Alcoy por el pasan los principales actos festivos de esta comunidad (con todas las ventajas que esto supone para negocios y vecinos), que no recibe el tratamiento que se merece. No estamos ante una cuestión particular, estamos ante un tema de Estado que afecta a todos los habitantes de Alcoy. Los vecinos y los comercios deberían admitir que viven en un entorno privilegiado y que está situación genera unas obligaciones y unos peajes que no se pueden eludir. Los gobiernos municipales están obligados a buscar complicidades, negociando medidas que compensen adecuadamente las evidentes molestias que generan las restricciones al tráfico rodado.
Sólo desde la concordia resulta viable una acción de tanto calado como la conversión del centro en una gran área peatonal. El único gobierno que triunfará en este contencioso eterno será aquel que sea capaz de convencer a los vecinos de que la peatonalización es una medida positiva para el barrio y no un castigo arbitrario que se les ha impuesto por el mero hecho de vivir en esta parte de la ciudad.