Tras anularse las Fallas y las Hogueras, la suspensión de las Fiestas de Alcoy de 2020 cayó en cuestión de horas como una ficha de dominó. Al final, se impuso la lógica. Ayuntamiento y Casal comparecieron ante la opinión pública para anunciar que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible: celebrar unos festejos de multitudes en medio de la incertidumbre catastrófica del coronavirus era una hipótesis de futuro inviable. El secreto del Polichinela fue desvelado después de un largo proceso de gestación en el que la gran familia festera no pudo sustraerse de ese ambiente de división en el que vive sumida desde los lejanos tiempos de la Guerra del Calendario.
Sorprende que se haya tardado dos meses en tomar una decisión tan inevitable. Un par de semanas de confinamiento bastaban para verle las orejas al lobo y para comprobar que, salvo algún espectacular milagro, celebrar los Moros y Cristianos en octubre o en noviembre era una alternativa condenada a estrellarse con la realidad. En medio de los rigores del estado de alarma, decenas de localidades de toda España y de toda la Comunitat Valenciana así lo habían admitido, borrando definitivamente de su historia festera este maldito 2020 y haciendo votos para que lleguen tiempos mejores en 2021.
Las claves de esta situación se pueden encontrar volviendo a la rueda de prensa que el pasado jueves ofrecían el alcalde de Alcoy y el presidente del Casal. Si Toni Francés tuvo una intervención clara, anunciando que el año 2020 se daba finalmente por perdido; el máximo dirigente festero pronunció un discurso atípico, en el que la mayor parte de las palabras estaban dedicadas a marcar distancias entre la Asociación de San Jorge y la decisión de suspender los Moros y Cristianos, señalando que la responsabilidad última era de las autoridades sanitarias (léase políticas). Fue una extraña comparecencia ante los medios, en la que se intentaba justificar algo que no necesitaba ningún tipo de justificación y en la que en algunos momentos se echó en falta por parte del Casal algo más de empatía y de complicidad con una sociedad que pasa momentos muy difíciles.
Al margen de los detalles en los que se ha basado este histórica suspensión, lo único cierto es que Alcoy se enfrenta al trauma de digerir un año festero en blanco. La única salida para esta dramática amputación de nuestro calendario sentimental pasa por volcar todas estas frustraciones en la organización de las Fiestas de 2021 y por hacer rogativas al cielo y a la clase política para que el problema de la pandemia esté más o menos resuelto en el próximo mes de abril. Si el camino hacia la decisión de suprimir las Fiestas ha estado marcado por las tensiones, las suspicacias y los rumores; a partir de ahora, las cosas deberían entrar en el terreno de la unidad y de la leal colaboración entre todas las instituciones. Alcoy y la Fiesta lo agradecerían.
POSDATA. La suspensión de las Fiestas ha servido también para fijar la atención sobre un segmento olvidado de la economía local: las empresas y los artesanos que trabajan para los Moros y Cristianos, que además de afrontar el golpe de la desaparición de la Trilogía alcoyana tendrán que enfrentarse con la pérdida de todo el trabajo que les llega de fuera de la ciudad. En estos momentos difíciles, valdría la pena recuperar aquel viejo proyecto que recomendaba crear en Alcoy un auténtico cluster de la industria festera con el fin de sacarle provecho económico al liderazgo que tiene la Fiesta fuera de las fronteras alcoyanas. Las Entradas de Alcoy son una auténtica feria de muestras de la Fiesta, a la que acude cada año gente de toda la Comunitat Valenciana para buscar inspiración en sus diseños y en sus innovaciones. Hay una coincidencia general en señalar que esta ciudad nunca ha aprovechado este potencial y no está el horno económico para perder oportunidades.