La fechoría urbanística de la Rosaleda sigue ahí, inmune al paso del tiempo y a los intentos municipales de colarle al TSJ proyectos de reforma de la plaza. Empieza la campaña electoral, Mario Pons asegura que no es un tránsfuga y la gente se arremolina ante la tele para ver el paso de Chicote por un restaurante alcoyano.
El mazacote
Ya está. Acaba la legislatura municipal y el desastre de la Rosaleda sigue en pie y nadie ha pedido responsabilidades a nadie por esta monstruosa fechoría urbanística. Al Ayuntamiento le tumban el enésimo proyecto para reformar la plaza y las cosas siguen más o menos igual que cuando se celebraron las elecciones municipales de 2011. El sentimiento de que en este país el incumplimiento de la ley sale gratis resulta insoportable y opresivo. Los políticos continúan haciendo declaraciones políticas y los ciudadanos nos enfrentamos cada mañana con la visión del mazacote de hormigón, que nos recuerda todos los días la existencia de un grupo de chicos muy listos que tuvieron la habilidad de birlarnos una zona verde para regalársela a un amiguete constructor.
Esto no es una pipa
René Magritte era un pintor surrealista belga, que alcanzó la fama con una serie de cuadros en los que se podía ver el dibujo de una pipa acompañado de un pequeño subtítulo que decía “esto no es una pipa”. Era un mensaje vanguardista, con el que el artista quería subrayar la diferencia entre el objeto real y su representación pictórica. El concejal Mario Pons no se dedica a la pintura, pero esta misma semana nos ha dictado una lección magistral de surrealismo con un artículo periodístico titulado “No soy un tránsfuga”. El hombre que tomó posesión de la plaza de edil por figurar en la lista del PP y que se pasó al grupo mixto en unos pocos minutos asegura que no tiene nada que ver con el transfuguismo y sostiene que los verdaderos tránsfugas son los compañeros que siguen en el partido. Esto no es una pipa, es un una vergüenza monumental para la maltrecha imagen de la política municipal alcoyana.
El síndrome de la Vicenteta
Ejercicio de alta hipocresía en la tertulia política de las tardes de TV3. Los comentaristas analizan el escándalo de Alfonso Rus con esa condescendencia displicente con la que el nacionalismo catalán suele mirar a sus vecinos del Sur. Hablan y no paran sobre la corrupción sistémica en la Comunitat Valenciana y la describen como un territorio mafioso en el que en cada esquina acecha un concejal ladrón. Los tertulianos parecen suecos escandalizados ante las tropelías de una república bananera. Los tertulianos son los mismos tipos que pasan de puntillas ante la abrumadora aparición de evidencias en las que se señala que el gran padre de la actual patria catalana, Jordi Pujol, era en realidad un insaciable comisionista, con una recua de hijos apandadores, que recorrían el país recaudando mordidas y ganándose fortunones en el nombre del padre. Los tertulianos son los mismos pesebristas del poder que se olvidan de hablar de una Cataluña en la que el partido del gobierno tiene embargada su sede para pagar la fianza del caso Millet y en la que un buen número de consellers y de alcaldes aparece relacionado con gravísimas irregularidades. Aunque la intervención de los blaveros y demás sectores de la Valencia cavernícola ha sido clave para entender la tradicional falta de entendimiento entre valencianos y catalanes, la superioridad paternalista de los intelectuales orgánicos del establishment del Principat no ha ayudado precisamente a encontrar puntos de confluencia. Seguimos anclados en el síndrome de la Vicenteta; aquel personaje ridículo de loca atrabiliaria pero graciosa que la TV3 fundacional convirtió en un icono de la valencianidad. Puede que los valencianos hayamos votado a algunos de los gobernantes más corruptos de Europa, pero resulta más que evidente que en el impoluto oasis catalán también se cuecen habas. Y bien gordas y bien apestosas.
Bocados de irrealidad
Expectación ante la emisión del “Pesadilla en la cocina” dedicado a un restaurante alcoyano. Tras la contemplación de programa, una primera conclusión: aunque nos lo venden como un reality show, el espacio de Chicote apenas sí nos ofrece algunos miligramos de realidad. La “hiperguionización” aplasta cualquier asomo de frescura y de autenticidad. Todo parece estar controlado y al final, nos quedamos con una especie de telenovela sobre restaurantes, interpretada por un grupo actores aficionados, zarandeados por el interés de ofrecer una trama cargada de morbo y de momentos de tensión. Para acabar de redondear la sensación de irrealidad que rodea a todo este montaje, diferentes informaciones en prensa señalan que el local remozado por el furibundo chef televisivo tuvo que ser traspasado poco después de la grabación del programa. En diferentes declaraciones la propietaria se quejaba de los métodos de Chicote.
Como a idiotas
Pasan los años y todo sigue igual. Gobiernos socialistas, gobiernos populares y gobiernos de coalición de izquierdas se empeñan en llenar de obras las calles de Alcoy cuando llega una campaña electoral. Por muchos adornos propagandísticos que se le pongan, el objetivo siempre es el mismo: engañar al elector y dar sensación de hiperactividad. Proyectos que se podrían haber ejecutado hace meses se ejecutan ahora, para que el alcalde y los concejales puedan hacerse la fotografía. Las obras van a marchas forzadas y la aceleración interesada de los plazos de ejecución encarece los precios y deja un inevitable legado de fallos de construcción. Da lo mismo. Se trata de agotar hasta la nausea la vieja triquiñuela para pescar algún voto despistado. Resulta descorazonador: sean del signo político que sean, nuestros gobernantes siguen tratándonos como a idiotas.
Descuidos calculados
El inicio de la campaña viene marcado por la anécdota del PP y los carteles. Inicialmente, la junta electoral prohíbe a los populares utilizar los paneles gratuitos para cartelería de Alcoy y de la comarca, por no haber presentado la solicitud en tiempo y forma. Finalmente esta anómala situación se subsana con un acuerdo de última hora, que reduce el espacio disponible para el partido de Rafa Miró. Nos hallamos ante un error de bulto, que deja en muy mal lugar a los populares y que hace que surjan todo tipo de comentarios cáusticos, que se podrían resumir en la siguiente afirmación: si no son capaces de planificar una campaña electoral, como van a ser capaces de gobernar una ciudad. Al margen de las valoraciones tremendistas, surge una sospecha con muchos visos de realidad: dadas las fuertes divisiones internas existentes en el PP alcoyano, puede que nos hallemos ante un descuido perfectamente calculado, atribuible a algún militante agraviado en alguna de las innumerables batallas internas de la convulsa familia popular.
Algo es algo
Todo llega. La empresa propietaria del edificio de las Paúlas en el centro acomete la rehabilitación de la fachada. La firma propietaria, Gero XXI, actúa espoleada por una sanción económica que le ha impuesto el Ayuntamiento. El inmueble seguirá cerrado, sin nadie sepa cuál será su destino definitivo, pero por lo menos nos evitaremos la vergonzante imagen de un viejo caserón renegrido soltando cascotes sobre nuestras cabezas.
BRAVO, res més que afegir.