Por extraño que parezca, el proyecto de Alcoinnova sigue en el centro de la actualidad. Alberto Fabrá, el hombre que fue pitado durante el Himno de Fiestas, deja la política valenciana y se va al Senado a disfrutar de la vida. Vuelve a estallar la guerra de las terrazas, enfrentando a vecinos con hosteleros.
Nadie sabe nada
La Conselleria de Economía Sostenible sigue mandando mensajes confusos y contradictorios sobre su postura respecto al polémico proyecto Alcoinnova. Resulta imposible saber con exactitud si son partidarios de usar todos sus resortes para aplicar algún tipo de medida cautelar y paralizar la propuesta de La Española o si dejarán que se cumpla la decisión del anterior Consell para que la aceitunera actúe sin ponerle ningún tipo de cortapisas. La contundencia del actual Generalitat respecto a otros ATEs valencianos, paralizados en cuestión de días, no aparece en Alcoy por ningún sitio. Por extraño que parezca, un gobierno de izquierdas genera empresarios satisfechos y ecologistas mosqueados. Nadie sabe si estamos ante un problema de comunicación o ante una actitud de ambigüedad calculada. Mientras tanto, la hipotética expansión industrial de Alcoy sigue enganchada al eterno debate sobre la Canal. Pasan los años y seguimos tocando la misma vieja canción de siempre.
La guerra de las terrazas
Las terrazas de los bares son el campo de batalla de una guerra eterna entre hosteleros y vecinos. Las quejas por los ruidos, por el incumplimiento de horarios y por la ocupación de la vía pública chocan con las necesidades de un sector económico emergente, que genera numerosos puestos de trabajo y que contribuye a darle vidilla nuestras calles habitualmente más sosas que un pan sin sal. En medio del follón, una ordenanza municipal que no le gusta a nadie y que visto lo visto no resulta útil para solucionar los problemas. Cada verano se repite el combate y los dos bandos presentan argumentos razonables y dignos de tenerse en cuenta. Al Ayuntamiento le toca ejercer de árbitro imparcial y tiene la complicada misión de encontrar una solución que deje contento a todo el mundo. De momento, todos están cabreados.
Cólicos y dolores de muelas
Cataluña es elegir entre el fuego y las brasas, entre Guatemala y Guatepeor o entre un cólico nefrítico y un severo dolor de muelas. En un lado, el proceso hacia la independencia liderado por Convergencia: un partido de la derecha dura, que ha puesto en marcha recortes sociales peores que los del peor PP y que está podrido por una corrupción sistémica personalizada en los innumerables escándalos de la familia Pujol. En el otro lado, el asunto está igual de feo: los defensores de la unidad de España utilizando argumentos de sargento chusquero de los años 40, amenazando con el fuego eterno a cualquiera que atente contra los sacrosantos principios fundacionales de la “Una, grande y libre” y generando legiones de independentistas con sus exabruptos llenos del españolismo más rancio. La cosa pinta muy mal. Cualquier postura intermedia, cualquier intento de buscar salidas negociadas se ve contestado por la ira de alguno de los dos bandos, que considera que las dudas razonables son un síntoma inequívoco de traición a la causa. Todo el mundo corre desaforadamente con el objetivo de estrellarse contra un muro y romperse la crisma. Al final, lo conseguirán.
La ola de los cojones
No se sabe que es peor: la insoportable ola de calor o la insufrible sucesión de consejos prácticos que nos dan las teles y los periódicos para enfrentarnos a la insoportable ola de calor. Llevamos casi un mes aguantando temperaturas africanas y obviedades periodísticas y el cuerpo empieza a resentirse con tanto bochorno y con tanta tontería. El presentador del Telediario pone cara seria y aconseja que los ancianos de más de 80 años no salgan a la calle a las tres de la tarde vestidos con ropas oscuras y ajustadas (o sea, disfrazados de El Zorro). De paso, nos recomienda que bebamos agua cuando tengamos sed y que nos duchemos con agua fría cuando apriete la solanera. El tío acaba el programa orgulloso y se va a su casa satisfecho, convencido de que está prestando un valioso servicio público.
El legado de alcoyano de Fabra
Alberto Fabra se marcha de la política valenciana como llegó: como un personaje gris y anodino, al que los jefes de Madrid le encargaron bajar la persiana del chiringuito de la derecha en la Generalitat. Deja la presidencia del PP regional y se retira al Senado, que viene a ser algo así como un cementerio de elefantes políticos en el que los paquidermos reciben una suculenta paga mensual por tocarse los huevos (en frase acuñada por un ilustre corrupto del PP madrileño). Por lo que respecta a Alcoy, hay que destacar que Fabra consiguió un hito histórico, que ya se ha incluido en todos los anales festeros: logró que miles de alcoyanos se olvidaran del acto del Himno de Fiestas durante unos instantes para dedicarle la más sonora pitada que se ha escuchado en esta ciudad. Nunca se vio a tanta gente cabreada en la plaza de España y será muy difícil volverla a ver.
Un obispo de Muro
Muro pisa fuerte. Primero un conseller y ahora un obispo. Salvador Giménez dirigirá el obispado de Lleida tras su paso por Menorca, en un nombramiento que se interpreta como un claro ascenso y como un paso más en la línea de renovación de la Iglesia emprendida por el Papa Francisco. El prelado murero es un hombre de espíritu dialogante y conciliador, al que siempre se ha identificado con los sectores más progresistas. Su personalidad dejó huella en Alcoy como párroco de San Mauro, en donde además de asumir sus labores pastorales no dudó en entrar con valentía e independencia en los debates sobre temas sociales de actualidad.
Ruido
Sedano convierte en un sainete el pleno en el que se aprueba una comisión de investigación sobre las relaciones entre el Ayuntamiento de Alcoy y el constructor Enrique Ortiz. El líder de Ciudadanos ve aprobada una contrapropuesta suya para investigar también la organización del concierto Serrat/Sabina y la gestión de Compromis en el Calderón. Se trataba de desactivar la solemnidad de un momento importante y al final se consigue el objetivo. Las denuncias de graves irregularidades en diferentes actuaciones municipales acaban convertidas en un capítulo más de los rifirrafes dialécticos entre partidos. Ruidos y más ruidos a los que nadie dedica su atención.