Una mala temporada la tiene cualquiera, pero lo de Leonardo DiCaprio en “El renacido” pasa de castaño a oscuro. Todas las maldades del salvaje Oeste parecen confabularse contra este desgraciado trampero.
En los 157 minutos que dura la película, le asesinan a su mujer y a su hijo, le persiguen los indios con saña, le ataca dos veces el mismo oso (tras tomarse el animal un descansillo entre paliza y paliza), lo entierran vivo, se cae por varios precipicios, lo arrastra un río furioso, le ahorcan a un amigacho de la tribu de los pawnee, le pegan varias puñaladas, pasa más hambre y más frío que Garró y se pasea por praderas y montañas nevadas en un estado físico que exigiría su inmediato ingreso en la planta de Traumatología de un hospital.
Lo que podría haber sido un western histórico, a la altura de grandes clásicos como “Centauros del desierto” o “Las aventuras de Jeremiah Johnson”, acaba convirtiéndose en una estomagante acumulación de desgracias, que te hace sospechar que el personaje encarnado por DiCaprio es el mayor gafe viviente al oeste del río Missouri. Estamos ante una película excesiva, en la que a su director se le ha ido la mano. En su deseo de mostrar su incontestable genialidad como autor, Alejandro González Iñárritu nos somete a un alud de imágenes y de situaciones, que a pesar de su calidad acaba agotando al espectador. Es un film precioso lleno de momentos innecesarios; un Vía Crucis en el que la sucesión de putadas acaba desactivando la épica de la historia, hasta transformar a su protagonista en un personaje patético y pesado, que genera algunos comentarios de cabreo y alguna risilla aislada en la sala de cine.
El error de “El renacido” hay que atribuirlo íntegramente al ego de su director. En el Hollywood clásico, los productores de los grandes estudios arreglaban estos problemas cortándole sin piedad media hora al metraje de la película. Esta actitud empresarial, considerada por los creadores como un atentado a su libertad artística, nos ha legado algunas de las más importantes obras maestras de la historia del cine.
“El renacido” arranca como un cañón y conforme va pasando el tiempo se va disolviendo en el manierismo. La sensación de que estamos ante una oportunidad perdida resulta cabreante. Dentro de este larguísimo pastiche de miserias y de gruñidos hay una maravillosa película del oeste. Da mucha rabia que el director se la haya cargado.