De vez en cuando, las aguas negras de la depresión colectiva se desbordan y acaban empapando todos los debates cívicos de esta ciudad llamada Alcoy. Este fenómeno se produce periódicamente y llena hasta el último rincón de nuestro tejido social. Es una mezcla amarga de pesimismo, nostalgia del pasado y desconfianza en el futuro; es un coctel hecho de derrotismo y de sensación de fracaso que suele tener unos efectos demoledores sobre el mapa político. Este sentimiento se detectó con fuerza en los años finales del sanusismo, volvió a aparecer durante los últimos coletazos de los gobiernos del PP y empieza a notarse en el tercer mandato del socialista Toni Francés.
Desde el poder, la aparición de esta corriente de pensamiento se combate con triunfalismo y grandes dosis de propaganda. Sea cual sea el color del gobierno municipal, se coincide en responsabilizar a la oposición de atizar este sentimiento negativo y se la acusa de practicar el pecado nefando de la antialcoyanía. La realidad es justamente la contraria: los partidos de la oposición se limitan a aprovechar un estado de ánimo que está en la calle y que llena conversaciones en las barras de los bares y en las redes sociales.
Llevamos décadas inmersos en esta ciclotimia. Nos deprimimos con la incompetencia de un gobierno local, nos ilusionamos con la llegada de sus sucesores y en cuestión de unos años volvemos a decepcionarnos. Aunque viendo esta afirmación así lo parezca, hay que tener muy claro que los alcoyanos no somos unos ciudadanos especialmente caprichosos y volubles que nos aburrimos enseguida de nuestros gobernantes. Los alcoyanos somos gente normal, que empieza a estar cansada de ver que el temario de nuestra gestión pública está compuesto por una serie de asuntos que se repiten a lo largo del tiempo y que nunca se solucionan. Llevamos décadas hablando de suelo industrial, de revitalizar el casco histórico, del vergonzoso estado del tren Alcoy-Xàtiva, de la rehabilitación del conjunto del Molinar o de desarrollar un nuevo modelo económico. Llevamos décadas metidos en este círculo agotador y ninguna administración ha sido capaz de desatascar alguno de estos temas estratégicos, que siguen llenando páginas de periódicos y mítines de campañas electorales como si los acabáramos de estrenar.
Mientras bajamos puestos en los rankings de habitantes y de renta, optamos por la única salida posible: sumirnos en la autocompasión, atacar al alcalde de turno y mirar hacia el pasado para recordar nuestros viejos tiempos de potencia industrial, repitiendo como un mantra el viejo lema de que “Alcoy ya no es lo que era”.
Es muy difícil romper esta dinámica de nostalgia irritada. No cabe esperar grandes milagros de una clase política que juega todas sus partidas en el corto plazo y en los terrenos superficiales de la promoción y del mensaje simple. Sólo un radical cambio en la opinión pública sería capaz de romper este estado de empantanamiento perpetuo. Sólo una subida del nivel de exigencia por parte de la ciudadanía podría obligar a los políticos a abandonar sus zonas de confort y a arriesgarse metiéndole mano a los grandes temas.
Acabamos de entrar en un año electoral y es un buen momento para decidir si seguimos enganchados a este bucle eterno o si exigimos (cada uno a sus respectivas preferencias ideológicas) un drástico golpe de timón en las formas de hacer política en Alcoy.
El tren, per favor el tren…!! Este poble, si Alcoi, porta 40 anys aguantant la mentira de tots els polítics de poca monta que em tingut al Ajuntament. Tots cuan s’acosten les eleccions venen en la mentida del tren…el tren…!! Pués mos el deuen i Alcoi necesita un tren en condicions un tren del segle XXI…!!