Sorprende que a Interior le sorprenda que curren a sus antidisturbios. Exhiben ante las cámaras con muestras de indignación cascos rotos y escudos hechos añicos y se quejan de que haya habido más de sesenta policías heridos, uno grave, en el último sarao callejero, y denuncian la extrema violencia de los manifestantes. Es inaudito, de verdad. Es como si un equipo de fútbol acostumbrado a golear protestara porque el otro equipo le marca goles de tanto en tanto.
Yo estaba convencido de que recibir una paliza de vez en cuando es una probabilidad de alto riesgo en la vida de un antidisturbios cuya misión, básicamente, consiste en restablecer el orden dando palos si hace falta. Pero según hemos visto, tal probabilidad no es asumida por los cuerpos antidisturbios, y alguien en los altos mandos está erróneamente convencido de que la policía siempre ha de dar pero nunca recibir.
Cuando los antidisturbios intervienen, lo hacen siempre con la razón del Estado en la mano, digo en la porra, en la cachiporra, vamos. Ellos son los buenos oficialmente y la turba encolerizada, los malos. Están para hacer que las cosas vuelvan al orden a base de estacazos legitimados. Mostrar ante la cámaras los pertrechos destrozados de los agentes pretende constatar la extrema violencia de los manifestantes, sin embargo, lo que pone de manifiesto es su derrota. Es un bochorno para Interior que alguien equipado casi como Terminator acabe así en manos de los alterados, violentos aficionados. El antidisturbios es necesariamente un violento profesional, está entrenado para eso, le enseñan técnicas de combate cuerpo a cuerpo, pasa horas haciendo gimnasia, lo adiestran para golpear con la mayor eficacia, lo equipan de qué manera –pistolas eléctricas, balas de goma, gases, la porra que ellos llaman eufemísticamente ‘defensa’, los escudos tamaño king size, etcétera- para infundir terror a la ciudadanía rebelde, si lo consideran necesario pueden recurrir a tanquetas con cañones de chorros de agua a presión, mientras que el manifestante agresivo en cambio es un violento aficionado armado con adoquines y protegido con bufandas. No hay color.
Cualquier periodista de sucesos conoce a la policía y sabe muy bien que hay policías buenos y policías malos. Ninguna rareza, por otro lado. Un comisario a quien la democracia le pilló ya en su último tramo de vida profesional, le dijo textualmente en cierta ocasión a un servidor que la mejor manera de comenzar un interrogatorio era dándole dos hostias al interrogado. Tal cual. Puntualizó acto seguido que eso era en casos en los que no había duda de la comisión del delito. “Claro, claro”, dije yo, no fuera cosa que me diera una hostia por no darle la razón.Pero conocí también a otros policías de muy distinto carácter, o ¿no era un policía bueno Manolo Rodríguez?, ¿no lo era Jesús Muñoz, más que bueno, bondadoso, y además poeta? Hay algo admirable en el oficio de policía. Es de verdad fascinante la capacidad que tienen, la habilidad, tremenda, de saber si mientes o dices la verdad sólo mirándote y escuchándote. Es su oficio. Se dedican a esclarecer las cosas oscuras y consecuentemente, desarrollan habilidades para conseguirlo. Y ahí estoy completamente de su parte.
Yo, ante la declaración de un político, y la declaración de la policía, siempre me fiaré sin titubeos de la declaración de la policía. Por ejemplo, si la policía rodea la casa de un diputado o de cualquier pez gordo de la política y procede a un registro y correspondiente detención, ¿a quién vamos a creer?, ¿a la policía o al diputado? A la policía, naturalmente. Supongo que al respecto habrá como mínimo unanimidad. Esa es la policía que nos gusta a todos ¿no? Una policía con la que sentirse protegido, realmente, porque ya sabemos ¡oh infortunio! que hay policías que parecen empeñadas con sus reincidentes incidentes trágicos en convertirse en el enemigo público número 1 en lugar de su ángel de la guarda. Los ciudadanos queremos al buen policía profesional, como queremos al buen fontanero profesional, o al buen bombero, pero la profesionalidad de los antidisturbios es más embarazosa, más expuesta y sin duda impopular, porque cuando se le da licencia para atizar a un individuo se está poniendo en manos de en el fondo no se sabe muy bien quién un poder demasiado peligroso.
Vemos periódicamente imágenes de policías golpeando brutalmente espaldas, brazos y piernas. No se quejen ustedes de que les hayan roto el casco.