Me voy. Llevo un cuarto de siglo en Alcoy y como dice la canción de Nino Bravo, ha llegado el momento de partir. Pero con este adiós me llevo un montón de cachitos de Alcoy en forma de entrañables y maravillosos recuerdos.
La ciudad que dejo tiene para mí un cierto sabor agridulce -me da pena opinar así, pero dicen; -que si criticas algo es porque te importa de verdad-Con este adjetivo culinario, ambiguo y contradictorio hago referencia al centro, que es donde he vivido todos estos años y puedo hablar con conocimiento de causa.
Un centro que está abatido -comercialmente hablando- y medio despoblado. Alcoy, se ha convertido en una ciudad casi dormitorio, porque tiene más vida gracias a los estudiantes de la universidad que al censo real de sus habitantes. Todo esto viene de hace muchos años atrás y no tiene nada que ver con la famosa pandemia que nos ha invadido sin pedir permiso.
La ciudad que me acogió hace 25 años no ha sabido buscar soluciones para paliar el éxodo industrial que, siglos atrás, enriqueció, dio personalidad y dejó una cultura arquitectónica, que hoy en día, se deja entrever en algunos edificios de fachadas majestuosas. Y me entristece ver estos restos de momentos históricos mezclados con pisos abandonados y comercios cerrados.
Alcoy, no puede pretender acoger un turismo de interior cuando no ofrece una amplia y atractiva oferta para sus visitantes. Los domingos en el centro de Alcoy son un poco deprimentes y desolados. Porque… ¡A ver quién puede tomar un café por el centro a media tarde si está todo cerrado!
En cuestión de comunicaciones, también deja mucho que desear, Alcoy, está casi aislado del “mundanal ruido” y sus deficientes y escasos medios de transporte se han quedado casi obsoletos y anclados en el siglo pasado.
Pero bueno, toda cruz tiene su cara, y Alcoy… ¡no iba a ser menos!
Tengo que decir que llegué aquí con la única referencia del famoso y archiconocido refrán. Sí, hasta entonces, no había oído hablar de Alcoy. Ni siquiera de sus conocidas fiestas de Moros y Cristianos o de la bonita, entrañable, más antigua -y única para mí- Cabalgata de Reyes. (A ver, que hay que tener en cuenta que la difusión de hace 25 años no era la misma que la actual, que me separaban más de 800 km de mi ciudad natal y que, por supuesto, y por mal que les pese a algunos, Alcoy no es el ombligo del mundo como para identificarlo en el mapa)
Eso sí, Alcoy es una ciudad acogedora para el que viene de fuera y a mí me recibió con los brazos abiertos. Desde el primer día intenté integrarme y formar parte de toda su cultura y tradiciones. Por aquello de: “allá donde fueres haz lo que vieres”. -Bueno, que vale, que ja sé que el valencià se m´ha travessat una miqueta…
El clima, al principio, fue chocante para mí, y los días soleados y cielos azules, -tan característicos del mediterráneo-, me ayudaron a sobrellevar mucho mejor la distancia con mis raíces.
Y la gastronomía fue también algo diferente, “muy diferente”, platos como; la fideuá, la pericana o la olleta, -entre otros muchos manjares- fueron todo un descubrimiento para mi paladar, y vaya donde vaya sé que nunca los probaré mejor que aquí.
Empezar de cero en una ciudad nueva es como comprar una prenda de vestir. Primero, te fijas en el escaparate y luego entras en la tienda con cierta incertidumbre. Después, te la pruebas, y como te queda bien y te gusta, la compras. Poco a poco te vas a adaptando a ella y al final, se convierte en esa prenda imprescindible, preferida y especial de tu fondo de armario.
Y “especial” es Alcoy. Un paisaje y un entorno de recuerdos intocables e inolvidables.
Alcoy es historia y ya forma parte de mi historia.
Alcoy, he disfrutado y vivido contigo intensamente… y por tu silueta, tan identificable y característica del Barranc del Sinc,- que he contemplado y fotografiado tanto desde mi ventana-, y por tus divertidos dichos y refranes, y por tus adoquines partidos en algunas calles, y por la torre y la cúpula azul de la iglesia Santa María que forman parte de tu skyline, – y he tenido el privilegio de ver todos los días desde mi terraza-, y por los volteos de campanas que repican vibrantes todos los domingos desde las numerosas iglesias del centro, que me han hablado y me han dichos cosas, y por el teatro que me has dejado ver, hacer y aprender, y por enseñarme las entrañas del teatro Calderón y Principal y por la música de tus fiestas, y por los amores y desamores vividos tan profundamente, y por aquel paseo por el cauce del río sin rumbo pero lleno de fuegos fatuos diurnos…Sí, por todos estos recuerdos y momentos que me has dado…te voy a echar de menos.
Hace tiempo que dejaste de ser una ciudad en la que vine por casualidad y te convertiste en mi casa elegida para vivir muchos años. Y volveré de vez en cuando para visitarte. No me olvides, porque yo tampoco lo haré.
Alcoy, ciudad pequeña o pueblo grande – como dicen sus alcoyanos- ¡¡hasta siempre!!
Marta