He aquí un ejemplo perfecto de la capacidad que tienen los alcoyanos para subvertir el lenguaje. Al resto de los mortales, la palabra amotinar les suena a tripulación de barco sublevada contra un capitán especialmente cabrón. Aquí no, en Alcoy puede amotinar cualquiera, siempre que esté dispuesto a hablar a voces y con el volumen necesario para que lo oigan los vecinos.
Amotinar viene de motí. Para los alcoyanos, un motí es una gritería, una situación habitualmente tensa en la que una o varias personas se enzarzan a gritos. Es una discusión acalorada pasada de rosca y de decibelios. También sirve para calificar lugares especialmente ruidosos (había un motí en el bar que no se podía ni hablar) y en ocasiones, el concepto motí se convierte en sinónimo de bronca sonora. Cuando los maridos alcoyanos vuelven a casa de madrugada y pasados de copas, lo normal es que sus santas esposas les peguen un buen motí.
El verbo amotinar viene acompañado de un completo catálogo de derivados. Cabe destacar las palabras amotinador y amotinadora. Las dos se usan, según el sexo, para referirse a personas que hablan con un tono de voz tronante que advierte de su presencia en cualquier espacio público. Alcoy ha sido durante siglos una potencia textil, circunstancia que obligaba a muchos de sus habitantes a trabajar en un ruidoso ambiente de telares y de máquinas, que hacía necesario que los trabajadores hablarán a gritos para entenderse. Si a esto le añadimos el Alardo, nos queda un paisaje de personas duras de oído cuyos vozarrones se oyen perfectamente a distancias de más de doscientos metros.
En el origen del verbo amotinar hay que situar una circunstancia de Perogrullo: en todos los motines (entendidos como sublevaciones) la gente solía gritar y corear consignas contra alguien, ya fuera un alcalde que había subido el precio del autobús o un Rey que hubiera prohibido los carnavales. Aplicando al pie de la letra el idioma alcoyano, nos podríamos encontrar con frases capaces de volver loco al más duro de los lingüistas: los amotinados iban por la calle amotinando. Un bucle delirante, que nosotros entendemos perfectamente.