Aunque lo parezca, un mostruori no es un catálogo de monstruos de película de serie B. La versión alcoyana del concepto muestrario/mostrari está cargada de efectos especiales y produce un cierto sentimiento de desazón. Cuando un representante acude a una tienda y le dice al propietario “voy a enseñarle el mostruori por si le interesa alguno de nuestros productos”, uno espera que el comercial saque de su maleta una colección de fotos en blanco y negro en la que no faltarán Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo o el mismísimo Freddy Krueger, manteniendo todos ellos sus poses más sanguinarias y espantosas.
La palabra mostruori asusta especialmente a los forasteros valencianoparlantes, que no acaban de explicarse esta siniestra tendencia linguïstica de los alcoyanos, capaz de convertir un concepto inofensivo en una palabreja amenazante más cercana al terror gótico que al honesto intercambio comercial de mercancías