Como buenos habitantes de la Comunitat Valenciana, los alcoyanos somos gente de pólvora y de explosiones. Las metáforas pirotécnicas y dinamiteras forman una parte fundamental de nuestro lenguaje cotidiano. En Alcoy, pegar un esclafit es sinónimo de triunfo arrasador y de éxito multitudinario. Aunque el observador foráneo pueda llegar a la errónea conclusión de que los vecinos de la industriosa Ciudad del Serpis vamos por la vida estallando bombas, nuestros esclafits son absolutamente inofensivos y aunque parezca mentira, marcan los momentos más importantes de nuestras biografías personales y sociales.

Escuchar frases del estilo “la boda de la hija de Pepito fue todo un éxito; el Círculo estaba que pegava un esclafit” no es raro en una ciudad en la que esta palabra (oficialmente creada para definir ruidos secos e inesperados causados por disparos o explosiones) se usa para describir cualquier situación que haya alcanzado un grado inusual de brillantez y de atractivo. Hay coches que pegan un esclafit de lujosos que son, también existen pisos que pegan un esclafit y que dejan a las visitas anonadadas ante la exhibición de mármoles y de metros cuadrados. El esclafit alcanza su pleno significado cuando hablamos de actos sociales, ya sean capitanías moras, bodas, bautizos, comuniones o presentaciones de libros. Pegar un esclafit en estos casos es romper todas las previsiones y presentar una propuesta sorprendente que deje a la gente con la boca abierta.

En Alcoy, uno no es nadie si a lo largo de su vida no ha montado media docena de cosas que peguen un esclafit. Conviene recordar que ésta es una comunidad en la que el flato actúa como uno de sus principales motores sociales. Hay grandes próceres que todavía son recordados por montar cosas que pegaban un esclafit. Los que no hemos tenido el privilegio de pertenecer a este selecto club explosivo formamos parte de las tristes filas de los mindundis.