Literalmente, hacer un triote podría traducirse con el verbo castellano seleccionar. Hay que señalar, sin embargo, que este vocablo alcoyano le añade una serie de significados suplementarios a la palabra en cuestión, la mayor parte de ellos con una fuerte carga negativa.
Hacer un triote es seleccionar unas cuantas personas, animales o cosas de forma rápida y poco rigurosa. Léase en dos patadas. Es una forma de reaccionar ante una solicitud extemporánea o molesta. Cuando un cuñado gorrón nos pide un lote de libros para leer en vacaciones, hacemos un triote de nuestra biblioteca y le mandamos lo primero que encontramos: ya sean noveluchas de ciencia ficción, un tomazo de “Los Pilares de la Tierra” del año de la Tana o el último éxito de novela negra escadinava. Se trata básicamente de cumplir con el expediente sin calentarse la cabeza. Si quiere leer cosas buenas, que se las compre.
El triote nunca es meditado ni minucioso. Si un amigo llega del campo con una cesta cargada de setas y le pedimos que nos dé unas pocas para hacerles fritas con longanizas y ajos, el tipo hace un triote rápido y nos entrega los ejemplarse más dudosos. Es una lógica reacción de defensa, frente a un tipo que quiere disfrutar por la patilla de los esfuerzos de alguien que se ha tirado varias horas recorriendo la sierra en busca del preciado manjar micológico.
Hay seleccionadores nacionales de fútbol especialmente burros que parecen haber confeccionado sus equipos bajo la doctrina del triote. Tipos como Lopetegui se llevaron al Mundial los primeros futbolistas que se encontraron y así salieron después las cosas.
El Día del Juicio Final sería, al fin y al cabo, un gran triote en el que Dios separaría a los buenos de los malos. Las personas que creen en la otra vida esperan, no obstante, que el Sumo Hacedor aplique unos criterios más rigurosos de lo habitual, para impedir que en el paraíso se cuelen unos cuantos indeseables y que vayan al infierno unos cuantos miles de almas benditas.